Caída de la tiranía globalitaria

Uno de los problemas fundamentales del demoliberalismo en su etapa globalitaria consiste en la duda sobre su legitimidad de origen.

José Luis Ontiveros
Columnas
Bashar al-Assad, presidente de Siria
Foto: Internet

Uno de los problemas fundamentales del demoliberalismo en su etapa globalitaria consiste en la duda sobre su legitimidad de origen y la petrificación del pensamiento político en paradigmas disfuncionales y viciados del siglo XVIII, de la Ilustración y del iluminismo.

El profesor hebreo J. L. Talmon, en Los orígenes de la democracia totalitaria, hace ya referencia a la incompatibilidad del respeto a las leyes con el poder de una hegemonía abstracta representada por la tiranía de parlamentarismo, que se arroga la voluntad general de la sociedad, en detrimento de la libertad concreta de cada ciudadano.

Es la oposición entre el orden legal y las maquinaciones sombrías de un poder incontrolable, encubierto por una pretendida voluntad inorgánica e invertebrada a la que se le da el nombre de “soberanía popular”, cuando en realidad corresponde a una minoría astuta y mentirosa que se constituye en la “clase política” que se encumbra como un poder parásito sobre el conjunto de las fuerzas reales de la sociedad. Los peores se hacen del poder.

Resulta ya muy preocupante que el imaginario político se haya fosilizado en los principios del tercer Estado y que estos se consagren como la religión universalista laica, proclamándose a sí mismos como “inmortales” por una estructura dogmática que se refiere a temas como la libertad y la democracia, vueltos ya principios metafísicos e indiscutibles, en cuanto se transforman en la base de la dominación mundialista de la civilización occidental: misma que hace del sentido burgués de la vida, en su concepción materialista (Werner Sombart), el resultado fatal de la historia y a las que las diferentes civilizaciones anteriores tienen que desembocar.

Entropía

Ello arrebata a los pueblos su autodeterminación y plantea la necesidad de destruir el demoliberalismo como fundamento mismo de la liberación política y del ejercicio de una genuina disidencia; esto es, rechazar la pretendida “superioridad” del desorden demoliberal y considerar que su fondo mismo es la imposición unidimensional del materialismo burgués como pensamiento único y organización totalitaria negadora de un verdadero pluralismo político.

Los últimos acontecimientos geopolíticos y en la vida interna de la americanósfera —como máxima expresión de la tiranía globalitaria demoliberal—, cuya inspiración reside en la concepción bíblica del pueblo elegido y de la tierra prometida, que se transforman en un mesianismo depredador y racista, manifiestan inocultable su raíz totalitaria y liberticida.

La Siria del presidente Bashar al-Assad ha hecho valer su derecho inalienable a la independencia del poder totalitario, mediante la alianza estratégica con Rusia, que ha dado por resultado un sistema de defensa misílístico que, de hecho, rompe con las determinaciones genocidas aplicadas en la Libia del mártir Kadafi y da a al-Assad un aura propia del líder egipcio Gamal Abbel Nasser y su Revolución Nacional.

Por otra parte, el tenebroso y oscuro presidente Barack Obama, con sus asesinatos extrajudiciales, la base concentracionaria en Guantánamo, la complicidad impresentable de su fiscal general, Eric Holder, último responsable con Obama de la criminal operación del trasiego de armas con destino a bandas mexicanas, a lo que se unen las intercepciones telefónicas y espionaje a la agencia de noticias AP y el uso terrorista del aparato fiscal contra grupos políticos opositores, perfilan un escenario de medios totalitarios y variados delitos.

El demoliberalismo totalitario ha entrado en la entropía de su propia caída.