Tulipomanía

Esa curiosa manía (hoy se les prefiere llamar “burbujas”) quedó registrada como el primer gran ejemplo histórico de las periódicas locuras financieras de la humanidad.

Guillermo Fárber
Columnas
La manía actual es la integrada por las tres más formidables MFDW
Foto: epSos / Creative Commons

Esa curiosa manía (hoy se les prefiere llamar “burbujas”) quedó registrada como el primer gran ejemplo histórico de las periódicas locuras financieras de la humanidad. Pero si aquella manía financiera fue delirante, hilarante y chocante, la burbuja que hoy vivimos es mucho más gravosa, granulosa y grasosa (y mucho menos graciosa, desde luego).

La manía actual es la integrada por las tres más formidables MFDW (armas de destrucción financiera masiva) que la humanidad haya visto jamás: los 1.5 anglocuatrillones de dólares de instrumentos derivados, los cientos de anglotrillones de deudas públicas y privadas mundiales, y los otros tantos anglotrillones de pasivos prometidos (pero no fondeados) por el Welfare State.

Todas esas montañas de dígitos de dizque “dinero” son meramente virtuales y están respaldadas por exactamente nada, cero, puro aire. Ha sido posible inventarlas solo gracias a nuestro sistema mundial de dinero fíat, el primero realmente global de la historia. La tulipomanía podría parecernos risible e inverosímil de no ser porque la manía que hoy impera en nuestro ámbito es mucho más etérea que ella, pero creemos que es de verdad.

Eterna codicia

Por una serie de razones que actualmente nos parecen ridículas la fiebre por los tulipanes se convirtió en un periodo de euforia especulativa típica del espíritu tan humano de enriquecerse sin trabajar sino tan solo de comprar barato, esperar rascándose la barriga y luego revender caro.

Ese periodo de histeria colectiva ocurrió en Holanda de 1620 a 1637. Al final de aquella burbuja monumental un solo bulbo de la variedad Semper Augustus se llegó a vender en seis mil florines, 600 mil veces más que un kilo de mantequilla. El tulipán no es más que una flor, pero la gente llegó a concederle (como hace 15 años a las acciones tecnológicas y luego a las casas y actualmente a papeles financieros varios) propiedades milagrosas exclusivamente con base en sus ganas de creer.

Igualito que durante otras manías como las recientes bursátil y de las dot-coms (que reventaron en 1987 y en 2000, respectivamente), los ingenuos vendían sus casas y negocios para entrar en el tornado especulativo. Lo mismo ocurrió con la burbuja inmobiliaria posterior: las almas sencillas contrataron hipotecas que nunca podrían pagar, para dar enganches de dos o cinco o diez casas extra que nunca siquiera conocieron, con el afán de hacerse ricos cuando las revendieran a precios muy superiores. La verdad ya sabemos cuál fue (cuál siempre es): sus “inversiones” supuestamente “seguras” se desplomaron de valor, pero sus deudas se fueron a las nubes, dejando a millones en la ruina absoluta.

Flores, casas, acciones, promesas gubernamentales o bancarias: el pretexto es lo de menos. Lo que realmente anima a esas explosiones especulativas es el afán humano de enriquecerse sin trabajar. Hoy los que se creen “ricos” porque tienen muchos papelitos financieros en sus bóvedas o muchos ceros en sus estados de cuenta bancarios viven una versión reciclada de la tulipomanía… pero no lo saben.