Un caballero de nombre Adolfo Bioy Casares

Más allá de la modestia escondida en sus palabras habría que decir que el sudamericano se erigió a lo largo de su carrera como un maestro del relato y la literatura fantástica.

Redacción
Todo menos politica
Maestro del relato y la literatura fantástica
Foto: www.educ.ar

Por Federico González

“Creo que lo que entendemos nosotros por literatura fantástica corresponde a lo que es mi obra, o si no a algo que no me gusta nada, que es la ciencia ficción. Cuando leo libros de ciencia ficción generalmente me parecen malos o no me interesan. Y tengo la melancólica convicción de que se me ocurren historias de ciencia ficción con bastante frecuencia”, comentó alguna vez Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, Argentina, 1914-1999).


Más allá de la modestia escondida en sus palabras habría que decir que el sudamericano se erigió a lo largo de su carrera como un maestro del relato y la literatura fantástica.

Obtuvo los premios Internacional de Literatura Alfonso Reyes y Cervantes de Literatura, ambos en 1990. Colaboró con Jorge Luis Borges en títulos realizados a cuatro manos y que firmaron con los seudónimos H. Bustos Domecq y Benito Suárez Lynch.

A los dos se sumó Silvina Ocampo, quien fuera su esposa, para la elaboración de algunas antologías, siendo tal vez la más relevante la Antología de la literatura fantástica, que supuso para muchos, entre ellos quien esto escribe, un primer acercamiento a la literatura asiática.

El pasado 15 de septiembre se conmemoraron los 100 años del nacimiento de Bioy. Los festejos, hay que reconocerlo, fueron más discretos que los de autores como Julio Cortázar u Octavio Paz, lo que erróneamente podría suponer que estamos ante un autor menor. Falso.

Recordemos La invención de Morel, donde cuenta la historia de un fugitivo acosado por la justicia que llega en un bote de remos a una isla desierta sobre la que se alzan algunas construcciones abandonadas. Pero un día ese hombre solitario siente que ya no lo es porque en la isla han aparecido otros seres humanos. Los observa, los espía, sigue sus pasos e intenta sorprender sus conversaciones. Con un estilo deudor de Edgar Allan Poe nos lleva por límites poco usuales del delirio.

No pasemos por alto tampoco su Diario de la guerra del cerdo, novela donde confronta a dos generaciones. Pandillas de jóvenes violentos parecen amenazar a ancianos sin que se alcance a adivinar muy bien los motivos que los guían.

Mirada

Importante, aunque un tanto farragoso, es Borges, amplió volumen donde con lujo de detalle —demasiado detalle, de hecho— cuenta su relación con el autor de El Aleph. La obra se estructura a manera de diario y fue publicada una vez muertos ambos narradores.

Habría que sumar su prodigiosa Memorias, ejercicio donde despliega sus recuerdos con una prosa oblicua en la que no todo es lo que parece. Imposible también dejar de mencionar Muñeca rusa o El lado de la sombra, compendios de inquietantes relatos. Irónicamente, este último título parece definir el sitio que ocupó erróneamente Bioy: siempre a la sombra de Borges o Cortázar, no alcanzó a figurar quizá como su trabajo lo amerita. Sirva, pues, este breve recorrido para volver a poner la mirada en obras aprueba del óxido que traen consigo los años.