La paz más terrible de la historia

Las nuevas generaciones ignoran lo que Dwight D. Eisenhower, quien fuera Supremo Comandante de las Fuerzas Aliadas en Europa, hizo con casi dos millones de prisioneros alemanes al finalizar la guerra.  

José Luis Belmar
Columnas
Las nuevas generaciones ignoran lo que Dwight D. Eisenhower, quien fuera Supremo Comandante de las Fuerzas Aliadas en Europa, hizo con casi dos millones de prisioneros alemanes al finalizar la guerra.
Foto: Especial

¿Que los alemanes cometieron horribles crímenes durante la Segunda Guerra Mundial? ¡Sí es cierto! ¿Que las fuerzas aliadas hicieron lo mismo y peores cosas después de que ganaron en 1945? ¡También es cierto! ¿Por qué no se sabe? Pues porque poco se ha divulgado cómo los aliados condujeron una horrible era de destrucción, pillaje, hambruna, violaciones, “limpieza racial” y asesinatos masivos contra el pueblo alemán.

La revista Time llamó a la época “la paz más terrible de la historia”.

Las nuevas generaciones ignoran lo que Dwight D. Eisenhower, quien fuera Supremo Comandante de las Fuerzas Aliadas en Europa, hizo con casi dos millones de prisioneros alemanes al finalizar la guerra.

Ahora cerremos los ojos y pongámonos en los zapatos de un prisionero que sobrevivió a los horrores del conflicto y quien se enfrenta al histórico hecho de ser confinado en uno de los 200 infamantes campos de la muerte edificados en Alemania por el general Eisenhower, quien fuera dos veces presidente de EU.

“Con el uniforme desgarrado, mis botas hechas pedazos y el alma destrozada veo con horror que me han encerrado en un gigantesco corral junto con miles de compañeros de perdidas batallas, donde no hay letrinas, lugares para dormir o guarecerse del mal tiempo y donde, por órdenes de Ike, no nos alimentan ni nos dan agua para beber.

“Durante semanas nadie ha comido bien; vamos, nada. Poco a poco van muriendo a mi alrededor. Recuerdo que existe una Convención de Ginebra con reglamentos precisos sobre cómo tratar a los prisioneros de guerra. Pero nichts. Ni la Cruz Roja Suiza pudo ayudarnos.

“Ahora ya no soy un prisionero de guerra. Soy un bulto sin cuerpo, alma o nombre, que lo último que recuerda es cuando cayó de cara a un suelo mezclado de lodo y del excremento de aquellos que murieron antes que yo.

“Ya formo parte de la historia de casi dos millones de compañeros de armas que murieron por culpa de una política deliberada de exterminio por inanición, exposición y enfermedad, maquiavélicamente creada por Eisenwower, quien ordenó que los prisioneros alemanes fuésemos llamados Fuerzas Desarmadas del Enemigo. Así ignoró la Convención de Ginebra y así nos enchiqueró en sus corrales de la muerte, sin alimentos, sin agua y sin atención médica”.

Odio

“Dios mío, odio a los alemanes”, escribió Eisenhower a su esposa Mamie en septiembre de 1944.

Su odio era tan grande que según su biógrafo, Stephen Ambrose, quería exterminar a toda la raza alemana. Y qué mejor que empezar con prisioneros de guerra.

Su odio era tan grande que se enfureció cuando el general George Patton, al final de la guerra, liberó a cientos de miles de prisioneros alemanes para que se fuesen a casa y viesen por sí mismos.

Eisenhower le ordenó que los regresara a los corrales. Pero Patton ignoró las órdenes y posiblemente eso le costó la muerte después de un “curioso” accidente de tránsito que sufrió en diciembre de 1945.

Su odio era tan grande que prohibió a los alemanes compartir sus magras raciones con los prisioneros que tenía apilados en sus campos y que estaban a punto de morir de inanición.

Eisenhower exterminó, de acuerdo con datos históricos, a 1.7 millones de prisioneros de guerra, de los más de diez millones de alemanes a quienes los aliados asesinaron como venganza. Venganza que, según yo, se pasó de la raya.

La historia seguirá en la oscuridad. La “verdad” seguirá siendo la que los gringos quieran que sea. ¿O no?