Crisis terminal del presidencialismo

Nada hay peor en política que tratar de mantener lo insostenible. El modelo político presidencial que derivó en un presidencialismo absolutista llegó a su fin.

Carlos Ramírez
Columnas
Nada hay peor en política que tratar de mantener lo insostenible. El modelo político presidencial que derivó en un presidencialismo absolutista llegó a su fin.
Foto: Especial

Nada hay peor en política que tratar de mantener lo insostenible. El modelo político presidencial que derivó en un presidencialismo absolutista llegó a su fin, aunque paradójicamente sea la sociedad la que siga viendo en el presidente de la República al Tlatoani que todo lo resuelve.

Cuando estallo la crisisllue todo lo re rivñoe.-a viendo en el rpesidentó la crisis en Iguala la salida se vio en la urgente solicitud de licencia del gobernador perredista Ángel Aguirre Rivero; sin embargo, su pertenencia a un partido de oposición impidió la renuncia que hubiera evitado la acumulación de protestas. Cuando el PRD vio insostenible a Aguirre, su renuncia no resolvió ningún problema.

Las semanas posteriores a la crisis de Iguala han visto a la institución presidencial en el centro de la crítica y el debate. Sin embargo, como nunca antes, la Presidencia de la República ha carecido de instrumentos de gobernabilidad y de decisión. Pero ha ocurrido paradójicamente que las únicas soluciones de corto plazo estuvieron en decisiones autoritarias del estilo del viejo presidencialismo, pero imposible de ejercerse en el nuevo esquema de presidencialismo acotado.

El modelo presidencialista fue fundado por Benito Juárez a mediados del siglo XIX con tres decisiones: la reforma que permitió la elección indirecta del presidente de la República, que antes era designado a partir de una lista propuesta por los gobernadores de los estados; el ejercicio de facultades extraordinarias para encarar la guerra civil y la invasión extranjera, y la colocación del presidente de la República como el eje del sistema militar de toma de decisiones.

Porfirio Díaz fortaleció la Presidencia de la República

ública personal a través de la herencia juarista: el Ejército, el control del Poder Judicial y el presupuesto público.

Dilema

La Revolución Mexicana institucionalizada consolidó el presidencialismo a través del partido del Estado nacido del seno del Ejecutivo federal y la organización corporativa del partido por decisión del presidente Cárdenas. De 1938 a 1997 el presidente controlaba al PRI, al Congreso y su mayoría priista y al Ejército. Fueron los años del absolutismo presidencial. Así, el sistema presidencial derivó en los hechos en un sistema presidencialista de poder absoluto en el Ejecutivo.

La alternancia partidista en 2000, los votos para el PRI en menos de un tercio del electorado y la globalización que colocó a México bajo la observación internacional terminaron de quitarle los filos al presidencialismo, pero sin que derivara en un sistema presidencial democrático. Lo malo, sin embargo, es que el presidencialismo perdió o disminuyó facultades extraordinarias pero la sociedad sigue pensando en el Tlatoani presidencial.

El dilema posterior a la crisis de Iguala es reconstruir en los hechos el absolutismo presidencial o aprovechar la crisis para construir un verdadero equilibrio de poderes. La reforma al poder presidencialista tendría que generar dinámicas democráticas que la sociedad parece no querer asumir; las críticas al presidente de la República vía memes revelan el sentimiento presidencialista de la sociedad.

La reforma del sistema político priista que ya no garantiza la funcionalidad de las instituciones ni la consolidación de la democracia debe comenzar con la reforma al presidencialismo en las decisiones y las estructuras, pero también en el inconsciente colectivo de la sociedad. La sociedad sometida al presidencialismo debe derivar en una fase superior de la ciudadanía.