Heidegger y Drieu

Existe una reflexión de afinidad profunda entre el filósofo Martin Heidegger y el escritor francés, aunque no se ha comprobado, hasta el momento, que haya existido un epistolario entre el filósofo de la Selva Negra y el escritor que proclama el término por demolición del demoliberalismo.

José Luis Ontiveros
Columnas
Difícil.
Foto: Renaud Camus / Creative Commons

De acuerdo con la visión de Drieu, tan penetrante de definir el fascismo como “un movimiento de retorno a la naturaleza”, lo que ya está señalado de alguna forma en los wandervogel de la tradición alemana —esos trotabosques que hallaron en la montaña las raíces de la Alemania en la que creyeron y soñaron—, existe una reflexión de afinidad profunda entre el filósofo Martin Heidegger y el escritor francés, aunque no se ha comprobado, hasta el momento, que haya existido un epistolario entre el filósofo de la Selva Negra y el escritor que proclama el término por demolición del demoliberalismo.

Ya para nadie resulta una sorpresa la declarada adhesión espiritual e incluso militante de Heidegger con el nacionalsocialismo alemán.

Igualmente resulta manifiesto que Drieu se sostuvo hasta el final en su adhesión al fascismo revolucionario y a la causa del Eje.

¿Ambos resultan tan erráticos a los ojos de las vestales democráticas? ¿Acaso no pudieron darse cuenta con cabalidad filosófica y escritural de su entorno en Europa y el mundo? ¿Renunciaron a su mismidad, a su ser interno, a su amplia formación, por un espejismo que se ha presentado con rasgos macabros? Creo que estas preguntas las debe responder quien lea esto.

De acuerdo a esta documentación, que ha llegado desde el extremo sur en lo que constituiría el Imperio mexicano, se hace énfasis por parte de Drieu: “He leído con atención, más que el trabajo filosófico de Heidegger, ese filósofo que es el verdadero heredero de Nietzsche, sus reflexiones sobre la vida, el arte, la serenidad, la forma de enfrentar la muerte y, en particular, sus reflexiones sobre el bosque y la naturaleza”.

Sobre este punto agrega: “He pensado en un primer momento que sólo yo he advertido sobre el valor del fascismo en cuanto defensa del orden de la naturaleza en que veo la mano de Dios, de aquel que está muy por encima de los mortales. Ahora leo en Heidegger que el bosque es la morada del ser, no la arquitectura humana, su inmensidad, su grandeza, su perennidad ontológica, sus añosos árboles, sus nobles y extensos ríos me hacen sentir que más grande que cualquier catedral está en sus cimas alzándose al cielo”.

Continúa Drieu en referencia a Heidegger: “La revelación de Heidegger ha sido para mí definitiva, como en otro campo la de René Guenon, ya que a ambos los estimo como maestros indiscutibles a los que les debo veneración”.

Y señala: “Me resulta de una verdad indiscutible lo que Heidegger afirma sobre el poder y maravilla de la naturaleza. Ningún ratoncito de las ciudades puede concebir que la naturaleza es la madre del verdadero pensamiento, ellos viven en los cafés, no conocen los rigores de la aurora con su helada transparencia, la tristeza de la noche que te cubre, la soledad que va al lado del caminante. Nunca podrán asemejarse a la grandeza de Heidegger”.

Concepciones

Conviene destacar que se ignora aún si hubo alguna vez un encuentro fuera de lo académico entre el autor de El ser y el tiempo y el escritor de El hombre a caballo, en donde este último señala: “La filosofía alemana demuestra la capacidad de abstracción superior al hombre mediterráneo de estos pobladores que traspasan el Rin. Pienso que cada raza tiene facultades y dones propios. Por ello Descartes y el Enciclopedismo, aun con ser tan dañinos para toda la humanidad, no llegan nunca a la altura de un abstruso Hegel y de un muy difícil Heidegger, ya que somos pueblos a los que nos acoge el sol del mediodía y no las nieblas frías y densas de un paisaje de ensoñación en que surgen el dragón y Sigfrido”.

Estas anotaciones de Drieu sobre Heidegger no solo hacen más notable su concepción del fascismo como defensa de la naturaleza, de su armonía, de su grandeza y de la salvación que uno encuentra cuando logra escapar de la “ciudad podrida”: resulta memorable y significativo que el gran Martin Heidegger, el filósofo del ser, quien nunca cantó la palinodia, y Drieu, el escritor de la muerte, que supo soportar asechanzas y calumnias por sus creencias sobre el bosque, ahora se encuentren juntos más allá de los luceros.