Erosión y reconstrucción del poder

Si se busca un punto de referencia, entonces debe tomarse el 2 de octubre de 1968 como el principio de la declinación del poder político priista.

Carlos Ramírez
Columnas
Las protestas de maestros de la CETEG carecen de legitimidad democrática
Foto: NTX

Si se busca un punto de referencia, entonces debe tomarse el 2 de octubre de 1968 como el principio de la declinación del poder político priista: las expresiones de autoritarismo posteriores a Tlatelolco se encontraron con una capacidad de resistencia y de respuesta de la sociedad.

La crisis de Iguala-Ayotzinapa de 2014 debe leerse en el mismo escenario: un poder institucional municipal fue mermado por la organización de la sociedad y entonces su respuesta fue autoritaria.

Así, entre Tlatelolco e Iguala hay un trazo de agotamiento progresivo del poder autoritario institucional en todos los niveles.

La erosión del poder institucional del régimen priista ha querido revalidarse por la vía del autoritarismo legal -ya no el de la fuerza-, pero se ha encontrado con instituciones y ambientes sociales adversos. Lo significativo del poder institucional fue que al PRI se le agotó en Tlatelolco, el PAN no supo qué hacer en sus doce años en el poder y el PRD en el gobierno encontró en Guerrero su peor crisis de ejercicio de la autoridad.

El poder se ha asumido en su vertiente autoritaria que viene de Constant, Gramsci y Weber: la capacidad de usar la fuerza para obligar al otro a someterse. Pero también el poder es la legitimación de la representación a través de mecanismos institucionales democráticos.

El poder ha sido siempre una tentación de dominio. La izquierda socialista y comunista luchó sin armas contra el autoritarismo priista, pero ahora esa izquierda asumida como tal reproduce los mecanismos autoritarios de legitimación. En casos muy concretos -e Iguala es un ejemplo- no se diferenció de las prácticas autoritarias del pasado priista.

La historia política de México ha demostrado que el poder se ejerce de forma coercitiva porque los gobiernos en toda su historia independiente han carecido de convicciones democráticas. Juárez gobernó con facultades extraordinarias. Díaz impuso la dictadura, los generales revolucionarios nunca conocieron la democracia y el PRI ejerció el modelo de la legitimidad histórica que lo llevó a purgas criminales internas y a represiones permanentes. El PAN no varió los métodos. Y ahora el PRI de regreso a la presidencia está poniendo a prueba si por primera vez es capaz de fijar un camino por la democracia.

Reglas

Lo peor ha sido que en estos pocos años de México independiente -dos siglos no es nada- la sociedad ha reproducido en su seno las contradicciones del autoritarismo: todos los movimientos de protesta a favor de la democracia contra el autoritarismo priista han carecido de legitimidad democrática. La toma de calles para protestar ha conducido a comportamientos autoritarios, como se ha visto en la escalada de violencia de los maestros disidentes de Guerrero y Oaxaca: demandas democráticas buscando imponer autoritariamente sus voluntades.

Más allá de Iguala-Ayotzinapa, de las movilizaciones magisteriales y de los ataques de grupos criminales contra la sociedad y sus instituciones, el fondo dibuja una erosión del poder: combatir el autoritarismo gubernamental con el autoritarismo social para imponer una democracia acotada por el autoritarismo de grupos sociales.

La salida no es otra que la democracia y sus reglas, pero con la obligación de ser aceptadas por todos. Si no hay un acuerdo democrático, el país padecerá ad infinitum la violencia social contra la violencia institucional.