Le decían El Moro

En colosal reto para el “hombre mosca”, el héroe de película, la figura mítica que escalara, piedra por piedra, santo por santo, capitel sobre capitel, la fachada barroca de la Catedral hasta acariciar la Santa María, campana madre... antes de caerle encima la gendarmería, el 28 de noviembre de 1946 llegaba al asombro de la llamada ya urbe de hierro el edificio mayor de México.

Alberto Barranco
Columnas
Edificio de la Lotería Nacional
Foto: Internet

En colosal reto para el “hombre mosca”, el héroe de película, la figura mítica que escalara, piedra por piedra, santo por santo, capitel sobre capitel, la fachada barroca de la Catedral hasta acariciar la Santa María, campana madre... antes de caerle encima la gendarmería, el 28 de noviembre de 1946 llegaba al asombro de la llamada ya urbe de hierro el edificio mayor de México.

Le llamaban El Moro.

El espectáculo era aterrador: 50 metros de piso a azotea, diez más de lo permitido por la autoridad, en una ruta que alcanzaría doce años de lucha contra el agua del subsuelo, el presupuesto, la exigencia de poner literalmente a flotar la mole.

La nueva sede de la Lotería Nacional, rompiéndole el paisaje al Paseo de la Reforma.

El signo urbano por lustros.

Del plano original del ingeniero José Antonio Cuevas sólo se rescataría la cúpula del salón de sorteos.

El diseño hablaba de replicar, a tono con el México moderno, el pabellón morisco de la Alameda de Santa María, alguna vez, a su paso por la Alameda Central, espacio para los gritones de los números premiados.

Al Moro, cuyo reinado duraría diez años, cuartelazo al calce de la Torre Latinoamericana, llegaría el primer canal de televisión en México, transmitiendo desde los pisos 13 y 14, de 1950 a 1955.

La primera vez de la pantalla chica fue un informe de gobierno del presidente Miguel Alemán.

Antecedentes

El espacio lo había ocupado allá en el siglo XVIII el primer jardín botánico de la Nueva España, llegando en 1851 el Toreo de Bucareli, coso formidable que le abría paso al Paseo de Bucareli o Paseo Nuevo.

La corrida duraría sólo 22 años.

Al presidente Benito Juárez no le gustaban los toros, y en último caso las guerras internas del país no daban para fiestas, por muy bravas que fueran.

Años después de la demolición piedra por piedra llegaría, sin embargo, otro ¡ole!: la fastuosa mansión del potentado Ignacio de la Torre y Mier, cuyo estilo dibujaba el afrancesamiento de la época.

Dos pisos, además de la buhardilla, el techo provenzal, las ventanas ovales, el colosal jardín.

El propietario, casado con Amada Díaz, era yerno de Don Porfirio... lo que le valió, dicen, borrarlo de la lista de las 21 parejas sospechosas a las que cargó una redada de gendarmes asaltando una bacanal de la calle de La Paz, allá en el lejano San Ángel.

Ni tiempo tuvieron la mitad de los caballeros de cambiar sus ropas de mujer.

A la muerte de De la Torre y Mier —quien alquilaría los carros en que se trasladaría a la penitenciaría al presidente Francisco Ignacio Madero y al vicepresidente José María Pino Suárez... para acribillarlos en el camino—, sus herederos vendieron la casona que inauguraba el Paseo de la Reforma, a la Lotería Nacional.

Del tamaño de su patio central hablaba la celebración en él de los sorteos.

Sin embargo, en 1934 la mansión parecía estrecha, lo que obligó a la demolición... para dar paso a la elevadísima torre.

La sede de la Lotería Nacional, entonces, se trasladó al Palacio de los Marqueses de Buenavista, hoy Museo de San Carlos, donde vivió su romance otoñal el mariscal francés Aquiles Bazaine con Josefa de la Peña y Azcárate. Él de 63 años; ella de 17.

La mansión se la había regalado a la pareja el emperador Maximiliano.

A la caída del Imperio, el presidente Benito Juárez se la otorgaría al general José Rincón Gallardo, justo uno de los más encarnizados enemigos del Imperio.

El cambio, la mudanza, llegaría en 1946, ocho columnas al calce, caravanas de provincianos para admirar el portento.

De postal para el recuerdo.