¿Y los demás muertos?

Sergio Sarmiento
Columnas
Mitin por los de Ayotzinapa
Foto: NTX

¿Por qué hemos visto tantas manifestaciones y protestas nacionales e internacionales por el caso Iguala y ninguna por el de Tlatlaya? No es por el número de muertos. Los 43 de Ayotzinapa son más que los 22 de Tlatlaya, es cierto, pero eso no explica por qué nadie se manifiesta por lo ocurrido en ese lugar del Estado de México. De hecho, nadie habla tampoco de los otros seis muertos en Iguala la noche del 26 al 27 de septiembre. Parecería que en nuestro país unas vidas son más valiosas que las otras.

La razón es simplemente política. Ayotzinapa no es una reacción espontánea de protesta por la inseguridad o por los abusos de la policía de Iguala y Cocula, ni por las acciones de grupos del crimen organizado como Guerreros Unidos. Ayotzinapa no es tampoco una Escuela Normal. Es la base de un movimiento político que busca un cambio de régimen en el país. Tiene sus propios mitos y mártires, los cuales no deben confundirse con otros, aunque sean también de Ayotzinapa, como los tres estudiantes que murieron el 26-27 de septiembre.

Los muertos de Tlatlaya podrían ser presentados con más facilidad como víctimas del Estado mexicano. Después de todo quienes cometieron la ejecución no eran policías municipales sino elementos del Ejército. La acción se realizó bajo la excusa de una infructuosa guerra contra el tráfico de enervantes que el Estado mexicano ha mantenido durante décadas. Hubo además un intento de presentar los hechos como un enfrentamiento de militares con un grupo de delincuentes. Es mucho más fácil decir “Fue el Estado” en Tlatlaya que en Iguala.

Al movimiento que busca derrocar al gobierno de la República, sin embargo, Tlatlaya le sirve de poco. Es verdad que los muertos de Tlatlaya fueron ejecutados, pero probablemente eran de cualquier manera delincuentes.

Los normalistas de Ayotzinapa, sin embargo, son mártires de una causa política. Eran estudiantes de primer año de una escuela normal dedicada a la revolución. Poco importa si sabían o no a lo que iban cuando se les ordenó trasladarse a Iguala supuestamente en camino a la Ciudad de México para una manifestación del 2 de octubre que tendría lugar siete días después. Quizá por eso, porque no lo sabían, porque no entendían por qué era necesario hacerle la vida difícil al presidente municipal de Iguala y a su esposa, es necesario elevarlos hoy a los altares.

Mártires

Yo no sé si el movimiento de Ayotzinapa cumplirá con su cometido. Hacer una revolución no es fácil. El gobierno federal poco a poco se da cuenta de que ceder ante los grupos más radicales no lleva finalmente a nada. Si se permite el bloqueo de una autopista, esta será bloqueada todos los días. Si se admite la toma de un aeropuerto, al día siguiente serán tomados todos los aeropuertos del país.

Lo que sí sé es que para el movimiento no todas las víctimas de la violencia son dignas de convertirse en mártires. Sí lo es el maestro jubilado Claudio Castillo Peña, quien murió en el bloqueo del aeropuerto de Acapulco del 24 de febrero. Sí lo son los 43 normalistas desaparecidos, pero no sus compañeros fallecidos el 26-27 de septiembre. Tampoco los tres inocentes asesinados esa misma noche. No lo son tampoco los 22 de Tlatlaya, que son, si acaso, los únicos que podrían ser realmente víctimas del Estado.