Octavio Paz en su siglo

Era un hombre de grupo que necesitaba estar en contacto con la gente que respetaba. 

Hector González
Octavio Paz
Foto: Alvaro Sánchez/Creative Commons

Christopher Domínguez Michael (Ciudad de México, 1962) se gana la vida como crítico literario. No obstante, a la hora de escribir Octavio Paz en su siglo (Aguilar) no niega su origen. “Seguramente habrá libros excelentes, biografías que desacrediten a Paz, no es mi caso”, reconoce el autor.

En entrevista el autor explica que intentó abordar las distintas facetas del autor de El laberinto de la soledad, pero sobre todo puso empeño en destacar el desarrollo de su ejercicio intelectual con el devenir social y político del siglo XX.


—Usted es más dado a leer libros que a escribirlos, pero cuando los hace son a conciencia…

—Es verdad, vivo de escribir artículos cada semana. Hasta ahora he escrito dos biografías. La primera, dedicada a fray Servando Teresa de Mier; la trabajé a lo largo de muchos años, con cierta calma. No me la pidió nadie y me permitió conocer muchas cosas, dado que no vengo de una formación católica. En cambio, el libro de Octavio Paz ya lo tenía en la cabeza desde hacía varios años. No me había atrevido a escribir por una cuestión de escrúpulos.


—Por ejemplo…

—Al haberlo conocido y admirado sentía que me faltaba distancia crítica y había que dejar que pasara el tiempo. Llegó el año del centenario y se juntaron dos circunstancias favorables: la editorial Aguilar me pidió el libro y me invitaron a ser profesor invitado en la Universidad de Chicago, lo que me permitió a tener acceso a una gran biblioteca.

—¿Con estas circunstancias encontró la distancia crítica?

—En el libro expreso mi simpatía y amor por la figura de Octavio Paz. Habrá otras biografías que expresen su antipatía y podrán ser muy buenas. Este es un libro escrito por alguien que perteneció al círculo de Octavio Paz en una posición modesta. Yo era un muchacho menor a 30 años que hacía la crítica de narrativa. No me tocó estar cuando se discutían las cosas importantes de la vida política y cultural. Así que era obvio que escribiera un texto con agradecimiento.

Receptivo

—En el libro escribe que a Octavio Paz no le gustaba la novela.

—Como buen poeta de la escuela surrealista veía la novela con cierto desdén, lo que a mi colega Fabienne Bradu y a mí nos daba cierta libertad para soltar palos, aunque luego le reclamaran. En cambio sí era muy fijado con las cosas relacionadas con la poesía y a los críticos de este género los tenía más controlados.

—Alguna anécdota en este sentido…

Vargas Llosa era muy amigo de Octavio, y cuando estaba en campaña por la Presidencia de Perú publicó una novela libertina llamada Elogio de la madrastra. Fabienne Bradu escribió una reseña negativa y en la reunión mensual Paz advirtió que no se publicaría el texto porque creía que cualquier ataque, aunque fuera literario, podía hacerle daño. Nos pusimos furiosos y lo llamamos mafioso. Por supuesto, aguantó vara, aunque al final se hizo lo que él quiso: finalmente, era su revista.

—Dicen que era receptivo con los jóvenes…

— Era receptivo con su entorno. En el libro puedes ver que el Octavio Paz de los setentas cambia de punto de vista por la influencia de gente como Gabriel Zaid, Alejandro Rossi o Enrique Krauze. Era un hombre de grupo que necesitaba estar en contacto con la gente que respetaba. Incluso con Carlos Monsiváis dialogaba mucho sobre la realidad nacional.

—Al final se reconcilian, ¿no?

—Nunca se pelearon personalmente. Podemos leer la polémica de invierno de 1978 en Proceso, pero nunca hubo algo personal. No hubo reconciliación porque no hubo pelea. Monsiváis, desde su extraña manera de ser, lo quiso y frecuentó; en los últimos meses de Octavio estuvo ahí para lo que se ofreciera. Son ejemplo de que las broncas ideológicas no necesariamente son personales.

—¿Y con Fuentes?

—Ese fue un caso distinto, porque ahí sí se rompió una amistad. Monsiváis y Paz nunca fueron amigos íntimos; en cambio en los cincuentas y sesentas Fuentes y Paz eran como hermanos. Su amistad se desgastó por la política: empezaron a tener posiciones distintas. Quizás estaba el ingrediente de la competencia por el Premio Nobel, algo que no tiene nada de vergonzoso: los escritores somos vanidosos y buscamos el reconocimiento. No tiene nada de malo confesarlo.

Seguramente pasaron otras cosas. Y luego vino el incidente de la quema en efigie de un monigote de Octavio Paz por un grupo de ultraizquierda frente a la embajada de Estados Unidos en 1984 con motivo de las declaraciones que hizo en Frankfurt en relación a la petición de elecciones libres en Nicaragua. A Paz le hirió mucho ese espectáculo y se sintió mal de que muchos amigos suyos, empezando por uno tan querido como Fuentes, no dijeran nada contra el acto de barbarie. Parece ser que Paz ahí dio por terminada la amistad y permitió la publicación del ensayo crítico de Enrique Krauze sobre Carlos Fuentes en 1988.

Amistad

—¿Qué tanto le pesó a Paz el desprecio de la izquierda?

—Él se la pasó tratando de dialogar con la izquierda. Le pesaba que la izquierda mexicana no se modernizara. Y tan no se modernizó, que ahí tenemos lo que pasó en Iguala.

—Al final, entre las generaciones jóvenes sobresale el recuerdo de sus últimas posiciones políticas, lo que genera cierta animadversión.

—A partir de las conmemoraciones de su centenario espero que aparezca una nueva generación que lo lea sin los prejuicios que nosotros teníamos.

—¿Qué faceta de Paz le descubrió la escritura de este libro?

—Pensaba que era un hombre más parco en la amistad. Yo conocí a un hombre mayor, poderoso y ocupado, una figura de la literatura mundial. Sin embargo, cuando trabajé el libro descubrí que recibía y daba afecto con muchas personas; descubrí que su mundo afectivo era más rico de lo que podía prever.