Usamos la ideología tecnológica, no la tecnología: César Rendueles

El filósofo cuestiona, entre otros asuntos, la relevancia de las redes sociales e internet en la acción política. Para él, su efecto es disolvente y generan una realidad social disminuida, no aumentada.

Hector González
Todo menos politica
Ideologia
Foto: Pierre-Selim / Creative Commons

El catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, César Rendueles (Gerona, 1975), se ha dedicado a reflexionar sobre las implicaciones sociales que concedemos a las vanguardias tecnológicas. Su ensayo Sociofobia: El cambio político en la era de la utopía digital (Debate) alcanzó una gran repercusión y fue seleccionado como uno de los diez libros del año por el diario El País.

La reflexión del filósofo cuestiona, entre otros asuntos, la relevancia de las redes sociales e internet en la acción política. Para él, su efecto es disolvente y generan una realidad social disminuida, no aumentada, rebajando las expectativas respecto a lo que cabe esperar de la intervención política o las relaciones personales. Cuestiona, en primer lugar, el consenso ideológico por lo que hace a la capacidad de las tecnologías de la comunicación para inducir dinámicas sociales positivas.


Rendueles argumenta que la tecnología digital solo será verdaderamente útil cuando se utilice dentro de un sistema educativo reforzado y que busque llegar a toda la población.

Sociofobia lo confirma como un desconfiado de la idea de quienes ven a la tecnología como un elemento que contribuye a la democracia.


―Sí. No tengo ningún problema con la tecnología ni con admitir su influencia en nuestras vidas o sociedades. Lo que pasa es que esa influencia normalmente es a largo plazo y se va sedimentando poco a poco y los cambios más recientes no son necesariamente los más importantes. Una cosa es la influencia de la tecnología y otra el fetichismo tecnológico. No podemos pensar que por sí sola solucionará cualquier tipo de problema educativo, ecológico o económico.

―¿Cómo leer entonces fenómenos como La primavera árabe o las campañas electorales sostenidas en las redes sociales?

―No estoy de acuerdo con la interpretación de La primavera árabe como producto de la tecnología. Lo interesante es: ¿por qué interpretamos ese tipo de fenómenos en ese sentido? Nos creemos que nuestras democracias y tecnologías son tan potentes como para exportar la libertad incluso por teléfonos móviles. Yo veo lo contrario, esos países nos han dado una lección democrática de lo que puede hacer un pueblo cuando se une y decide cambiar las cosas. La mayoría de los países de Medio Oriente padecen una enorme brecha digital; son países donde la penetración de internet es todavía escasa. Tuvo más influencia en términos tecnológicos el teléfono móvil y tradicional, pero sobre todo la amplia red de solidaridad ciudadana. En el caso de La primavera árabe, la discusión sobre la tecnología elimina un montón de factores cruciales como el hecho de que el Fondo Monetario Internacional haya usado a esa región como laboratorio para experimentar con medidas muy agresivas de mercantilización; o el hecho de que Egipto es un receptor privilegiado de ayuda militar estadunidense; o el papel que llevan jugando desde hace años los integristas. De pronto mencionamos la tecnología y se nos olvida la geopolítica.

―Hay un auge de movimientos sociales que nacen en redes sociales…

―Pareciera que en las revoluciones sociológicamente muy densas los protagonistas son un puñado de jóvenes blogueros con acceso a internet. Esto es absurdo, en todos los países hay actividad política y un cúmulo de relaciones comunitarias. Hay una larga historia de revueltas durante las últimas décadas en Túnez, Marruecos y Egipto que quedan disueltas y olvidadas porque sencillamente nos fiamos de lo que pasa en Twitter y Facebook. Es legítimo usar las redes sociales para conocer lo que ahí pasa pero no hay que confundirlo con las causas de los movimientos.

―¿Cómo traducir estos brotes realmente en un impacto político, pienso sobre todo en países latinoamericanos donde la brecha digital es amplia?

―Debemos invertir la línea causal. Tenemos que pensar en realizar cambios políticos importantes para que así las tecnologías de la comunicación aporten lo que les toca dar. En España u otros países, incluso en México, ha habido manifestaciones donde se cambia el discurso de la tecnología y el teléfono móvil se convierte en un instrumento de cohesión y cambio. Pensemos en Uruguay donde hubo una apuesta política fuerte por la educación pública. La educación puede tener un impacto social en la comunicación, no al revés.

―¿No hay tecnología útil si no va ligada con un sistema educativo acorde a los tiempos?

―La tecnología es muy plural. Más que pensar en la educación se necesitan instituciones públicas de alcance universal; en el fondo este es un proyecto muy antiguo que proviene de la Ilustración. Actualmente usamos la ideología tecnológica, no la tecnología, para hacernos renunciar a los ideales de la educación pública de calidad. Es increíble que exista gente que crea que con internet es suficiente. Es decir, el modelo educativo debe regresar a la aspiración de llegar a toda la población; para esto es para lo que realmente son útiles las herramientas digitales.

―¿Pensar en internet como un escenario libre y democrático es parte de lo que llama “ideología tecnológica”?

―Sí, en realidad no creo que la tecnología digital sea tan importante. La vemos así porque es una versión amable del mercado. Es bueno que la gente tenga acceso a internet y educación, pero no debe ser en función del mercado. En la red los objetivos colectivos se diluyen aunque parezca lo contrario. Los únicos beneficiados de esta supuesta libertad son las élites económicas y políticas tradicionales.

―¿Pero qué sucede con las industrias culturales? El acceso gratuito daña a la industria musical o al cine.

―Los movimientos de conocimiento libre han confundido a la ideología del libre mercado. Las industrias culturales nunca han sido boyantes. Hay una poderosa industria del entretenimiento pero la cultura como industria no es negocio. Una vez más la ideología de la comunicación ha generado una especie de espejismo. Lo que hay que plantearse es: ¿cuáles son las dimensiones culturales colectivamente valiosas?, ¿qué necesidades de financiación tienen? Y allí donde el mercado no pueda afrontarlo que entre el Estado. Si la industria discográfica no encuentra remedio para remunerar a los músicos, debe idear otros medios y para esto se necesita la cooperación del Estado.

―¿Qué piensa de la gratuidad de contenidos?

―El capitalismo tiene la capacidad de transformar lo que deberían ser soluciones en problemas. El hecho de que la cultura hoy sea más fácil de transmitir y de comunicar gracias a las herramientas digitales debería ser una solución para todos. Sin embargo el mercado lo transforma en problema. La forma de deshacer este equívoco es a través de intervenciones públicas. Tenemos que plantearnos cómo podemos solucionar el problema que hay ahí, como es la remuneración de los creadores y los mediadores. En realidad quienes especulan con las obras no son los piratas sino los dueños de la industria del copyright.