El satélite ‘Centenario’

Javier Oliva Posada
Columnas
Satélite Centenario
Foto: Cuartoscuro

El hecho de que el nuevo satélite mexicano, con un costo de 390 millones de dólares, haya volado por los aires junto con el cohete que lo transportaba, el Protón-M, apenas minutos después de que este fue lanzado desde la base aeroespacial de Baikonur, Kazajiztán, puso de manifiesto la grave dependencia de nuestro país en una de las áreas de mayor y más importante desarrollo: la industria satelital.

La Secretaría de Comunicaciones y Transportes ha aclarado ya que no hay pérdidas económicas para el erario público debido al pago oportuno del seguro. Pero esa es quizá la parte menos importante de lo que revela la situación y causas del accidente.

En efecto: dentro de unos meses, pero ahora desde Cabo Cañaveral, Florida, la empresa Lockheed Martin, a la que el gobierno mexicano compró el satélite Morelos III, tendrá la responsabilidad de ponerlo en órbita, pero el hecho es que no se cuenta en nuestro país con un proyecto definido y de largo plazo que garantice la creación de tecnología propia.

Cada semana, cada mes, nos enteramos de las buenas noticias de que estudiantes mexicanos del Instituto Politécnico Nacional, de la Universidad Nacional Autónoma de México o del Tecnológico de Monterrey, entre otras instituciones de educación superior pública y privada, se llevan los primeros lugares en concursos internacionales de robótica, inteligencia artificial, aplicaciones de internet y computación, entre otras disciplinas y ciencias afines.

El fracaso del lanzamiento del satélite Centenario, fabricado y comprado a la empresa Boeing, no deja lugar a dudas: no hay proyecto de desarrollo que vincule a la investigación científico-tecnológica con la seguridad nacional ni con la precisión de un proyecto de nación.

Lección

No se trata solo de la pérdida económica, aunque haya seguro de por medio, pues se calcula que pasarán entre 36 y 38 meses para reponer el aparato y estar en condiciones para un nuevo lanzamiento.

Las garantías para el manejo confidencial y seguro de información crítica y sensible del Estado mexicano son dudosas, por más que haya cláusulas en el contrato que garanticen la exclusividad en el acceso a la misma.

La única forma de mantener un acceso y manejo adecuado de la información es mediante la tecnología propia, tal y como lo hacen la mayor parte de los países que acceden a tener un satélite.

La dependencia de las naciones en nuestro tiempo, ya sea en materia alimenticia, energética, económica o, como es el caso, tecnológica, condiciona y retrasa el cumplimiento de una agenda propia. A fin de cuentas, vulnera la capacidad de gestión de los gobiernos y deja al descubierto sus debilidades estructurales.

México, con su incuestionable protagonismo propositivo y capacidad de influencia en el concierto internacional, seguirá perdiendo espacios y su voz —como se observó en el proceso de negociaciones entre Cuba y Estados Unidos para restablecer sus relaciones diplomáticas— se escuchará cada vez menos, mientras otros países persisten en ampliar y fortalecer sus intereses.

Puede ser que del error de la continuada dependencia tecnológica satelital, subrayada ahora por el accidente en Baikonur, podamos extraer una importante lección para articular y organizar un segmento de la economía y de la ciencia, que seguirán en constante desarrollo.

La industria aeroespacial y satelital cuenta con los más cuantiosos recursos humanos y financieros de parte de las principales potencias de nuestro tiempo. La ocupación y uso de las órbitas satelitales son objeto de muy complicadas negociaciones jurídicas, donde los científicos tienen un papel preponderante con sus conocimientos y observaciones. Resulta indispensable que nuestro país articule una adecuada política en la materia.