Ya no te tenemos sueños colectivos: Gilles Lipovetsky

La producción ya no impone, ensaya; la distribución no vende, seduce.

Hector González
Yayoi Kusama
Foto: Pin / Creative Commons

“Mis libros no están inspirados en la intención de denunciar el mundo, sino de comprenderlo”, advierte Gilles Lipovetsky (Francia, 1944): quizá por eso, al filósofo y sociólogo galo se le considera uno de los pensadores más originales de los últimos tiempos y títulos como La era del vacío, El imperio de lo efímero o La felicidad paradójica son indispensables para comprender el presente.

Recientemente el pensador visitó nuestro país para recibir un doctorado Honoris Causa por la Universidad Veracruzana.

En el marco de su visita, Vértigo se entrevistó con él para hablar de La estetización del mundo (Anagrama), nuevo título coescrito con Jean Serroy, donde establece que la economía no se rige ya por el oportunismo de la oferta y la demanda sino por una lógica basada en la dinámica de la moda.

La producción ya no impone, ensaya; la distribución no vende, seduce, y el consumo supera el estadio de la necesidad para conquistar el reino de la libertad. Todo esto dentro de una nueva categoría de análisis: el capitalismo artístico.

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—¿La búsqueda de la estética define al capitalismo de hoy?

—Después del siglo XIX la economía de mercado incorporó a su funcionamiento el valor de la estética y las emociones. Comenzó con el diseño de las tiendas, las vitrinas y el decorado para seducir al consumidor. La publicidad del cine y el diseño se integraron a la racionalidad económica posterior a la Segunda Guerra Mundial y hoy podemos decir que todo aquello que toca la economía de consumo integra una dimensión estética. Los muebles o los smartphones son hechos por creativos. El ejemplo más notable es Apple: hay quien considera a Steve Jobs un artista. La sociedad consumista ha generalizado los parámetros estéticos para redefinir los productos y las imágenes, lo que nos lleva a la idea un poco paradójica de un capitalismo artístico, por muy contradictorio que suene. Esto genera una tensión entre la racionalidad financiera y la creatividad. En medio de la pugna está, por ejemplo, Hollywood. No quiero decir que en la era del capitalismo estético todo sea bello: simplemente, hoy ya no se puede vender un productor sin un trabajo específico inspirado en la forma y las emociones.

—¿Esto no genera una crisis de identidad en el arte, en tanto que en aras de vender se hace a un lado el sentido humano?

—Sí, pero la cuestión es que el capitalismo artístico integra a la crítica, ama a los artistas críticos. El arte contemporáneo critica la violencia y el consumismo, y llega a los museos. No tiene ningún problema para exhibirse. A principios del siglo XX los museos no querían este tipo de propuestas y vanguardias, pero desde los cincuentas el sistema pide la subversión y la incorpora al sistema. En las galerías las obras más radicales se venden caro. Es un oxímoron, porque tenemos unos revolucionarios integrados; subversivos ayudados por el Estado o las instituciones; es una situación por completo extraña. La fuerza del capitalismo no tiene ningún problema en integrar su propia crítica.

—Así lo hizo con las vanguardias…

—A partir de los sesentas, antes no. Dentro del mercado se venden muy bien los artistas contestatarios. El street art se cotiza a precio de oro. Las marcas incorporan a los creadores y diseñadores en aras de la originalidad. La situación es complicada porque, ¿cuál es el estatus de esa obra hoy día? No podemos considerar a Jeff Koons, Murakami o Damien Hirst como artistas revolucionarios, es ridículo. Hoy el dilema del arte es que su frontera con la moda está poco clara. En los museos se exhibe a los diseñadores de moda, sin problema Armani puede estar en el Guggenheim y los títeres de Jeff Koons obedecen a la moda.

Moda

—Usted ha escrito que estamos enfermos de lo efímero…

—Es verdad. La idea de El imperio de lo efímero es que el nuevo estatus del arte tiene la fuerza de la moda en las economistas capitalistas, y la moda está en todo lo que abarca el consumismo. En el diseño podemos encontrar muchas cosas, incluso su estatus ha cambiado tras la sombra del Bauhaus. Hoy en los productos de diseño podemos encontrar el minimalismo, lo kitsch o lo vintage. Estamos en una situación de mezcla de estilos donde todo es posible. Hoy la moda es una parte central de la lógica capitalista.

—Si lo efímero es trivial, ¿el arte de hoy es trivial?

—Nuestra sociedad no está dirigida por grandes ideologías. Ya no tenemos sueños colectivos. La ecología es una gran ideología pero no nos invita a soñar, infunde miedo, nos advierte que podemos estar peor. El marxismo prometía un mundo mejor, apuntaba a un progreso. Muchos jóvenes desconfían de la política y tienen volcada su vida a lo familiar y profesional. El vacío ideológico no quiere decir que la gente sea peor que antes, la indignación moral no está muerta. Ante los crímenes de la delincuencia organizada se deja ver una voluntad social que exige respeto por los derechos fundamentales. No hay que confundir el vacío ideológico con el nihilismo. El problema es que al no haber marcos colectivos la vida se ha hecho más difícil. La incertidumbre inquieta a la gente y por ello el capitalismo artístico ha generalizado la aspiración de felicidad pero no está solo, hay otra lógica en la sociedad. Podemos comprender la economía a través de otras categorías, como la ecología, la educación o la salud.

—En La civilización del espectáculo, Mario Vargas Llosa plantea que estamos en una era de oscurantismo cultural, justo por el predominio de la moda y lo trivial…

—Debatí en Madrid con Vargas Llosa. No tenemos el mismo análisis. Si usted toma como modelo a un profesor universitario o a un gran amante del arte, seguramente considerará ignorante a la mayoría de la gente por no tener la cultura de las novelas y el arte. En ese escenario seguramente dirá que estamos en una época de oscurantismo cultural, en una época bárbara donde los individuos no tienen juicios y son meros consumidores de espectáculos. Yo creo que este análisis no es del todo falso, pero solo ve un aspecto de las cosas. Es cierto que si usted hace un sondeo sobre las grandes exposiciones o sobre Botticelli, tal vez 1% responderá con conocimiento, pero eso no hace al resto unos bárbaros. Aunque la gente no entienda, observa la belleza con curiosidad, incluso artística. La realidad contemporánea es compleja; si nos quedamos con la idea de la “alta cultura”, tendremos una caricatura del presente. Si a la gente le interesa pasarla bien y divertirse está bien; no todos tienen que ser expertos, pero en lo personal yo percibo que cada vez hay más público para los conciertos o determinadas exposiciones de arte. Hay un verdadero amor por descubrir las cosas bellas y fomentar el turismo cultural. El consumidor hipermoderno no es un erudito pero históricamente los eruditos siempre han sido minoritarios. La posición crítica debe venir al final de un análisis, no al principio. Mis libros no están inspirados en la intención de denunciar el mundo sino de comprenderlo.

Impacto

—Cada tanto tiempo el capitalismo entra en crisis. ¿Cuánta vida le da al capitalismo artístico al que se ha referido?

—Es una buena pregunta. Hoy el problema del capitalismo artístico es la ecología. El espectáculo y el placer pasarán a segundo plano cuando el planeta no lo pueda soportar. Qué harán los turistas europeos cuando ya no puedan tomar aviones para ver las pirámides aztecas. El capitalismo artístico es irresponsable en estos términos. No podemos continuar así de manera indefinida. ¡Cambiamos de smartphone cada seis meses! La electricidad viene del aceite, el carbón o de una central nuclear. Después de esta contradicción los ecologistas radicales proponen parar. Yo no comparto está opinión, me parece utópica. Hay millones de personas alrededor del mundo buscando entrar a este sistema, pienso en los chinos, los africanos y algunos latinoamericanos. No será posible detener este impulso. Sin embargo, sí creo que se pueden encontrar nuevas fuentes de energía. Me parece indispensable y moderado diseñar políticas que promuevan los coches eléctricos y otro tipo de soluciones. Comencemos por eso, con propuestas razonables. Soy optimista en este plan porque considero que la inteligencia humana no arregla todo, pero ayuda. En todo caso, no tendremos otra solución, las otras propuestas son sueños. Puede ser que me equivoque, pero creo que el capitalismo puede ser más responsable en términos energéticos. No tenemos una filosofía de la historia, así que hay que promover lo que tenga un impacto inmediato. Si México tuviera 20 millones de autos eléctricos su realidad sería distinta. En los países del norte se cuenta con una arquitectura capaz de reciclar el calor. La inteligencia humana es capaz de hacer que conviva el capitalismo artístico con la responsabilidad ambiental.