Invidente alivia los dolores de los capitalinos

Juan Carlos Ponce
Rosa García Ramírez
Foto: Juan Carlos Ponce

Rosa García Ramírez es una mujer invidente que desde hace 15 años se gana la vida dando masajes terapéuticos en la Plaza Loreto del Centro Histórico.

La masajista, originaria de Oaxaca, llegó al Distrito Federal a la edad de 11 años con la intensión de continuar con sus estudios y tener un “trabajo digno”, pero 6 años después una infección ocular le arrebató la vista.

“La visión la comencé a perder a los 17 años a causa de un golpe. Mi hermano me lanzó una piedra cuando éramos niños y ese golpe me ocasionó una infección. Fue así como perdí la visión porque no tuve atención médica. Mis papás me dejaron así”, explica.

Con la ayuda de un bastón y un silbato, García Ramírez, egresada de la carrera de Masoterapia en la Escuela Nacional de Ciegos, se desplaza desde su hogar, ubicado en la Avenida 5 de mayo en la delegación Gustavo A. Madero, hasta su local situado en Plaza Loreto del Centro Histórico.

“Vengo desde Centenario, por allá por Martín Carrera. Le pago a un muchacho para que me guarde mis cosas y me venga a armar mi puesto para empezar a trabajar”.
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Una mujer autosuficiente

García Ramírez confiesa que su vida cambió cuando llegó a la Escuela Nacional de Ciegos porque lo que aprendió en la institución le ayudó a convertirse en una “mujer independiente, autosuficiente para mantenerme yo sola”.

Gracias a las clases de movilidad, la mujer aprendió a desplazarse por las calles de la Ciudad de México, utilizar un bastón y a dar mayor atención a los sonidos. Recuerda que cuando no estudiaba tenía un empleo como trabajadora doméstica donde todo el tiempo se la pasaba encerrada, pero desde que entró a la escuela logró desenvolverse y ser autosuficiente.

A pesar de que las clases son gratuitas en la Escuela Nacional de Ciegos, García Ramírez reconoce que los materiales que se utilizan a lo largo de la carrera son caros.

“Tan sólo una regleta que sirve para escribir en sistema braile vale $1000 pesos. Cuando se necesita se tiene que comprar, luego si uno no sabe cuidar los útiles se hace chueca la regleta y otra vez hay que gastar”, señala.
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Masajes terapéuticos

De acuerdo con la masajista, en un “día bueno” se llega a ganar $400, que es el equivalente a 10 masajes, cada uno con un precio de $40. Mientras que en una mala jornada sólo logra sacar de $150 a $200.

“Aquí atendemos dolor de espalda, dolor de cintura, de tobillos, ahora si que de todo. Tenemos masaje relajante que es de $40, el masaje para la parte alta de la espalda se cobra en $50 y el más caro cuesta $100 porque es masaje completo”, explica.

Gracias a un préstamo en un tienda departamental, García Ramírez logró comprar sus utensilios de trabajo entre los que están una camilla, una silla de masajes, una pequeña carpa y ventosas mecánicas y de lumbre.

Otros de los gastos que tiene que cubrir la masajista es el pago para que le ayuden poner el puesto.

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Nunca perder la fe

La masajista conoce la desesperación que se siente cuando alguien pierde la vista, por tal motivo, exhorta a todos aquellos que estén pasando por lo mismo a no perder la fe.

“No es fácil, cuando uno comienza a perder la visión, uno hasta pierde la fe de creer en Dios, pero pues a veces Dios nos da otra oportunidad en la vida de seguir adelante y uno busca tener opciones”, señala.

A pesar de que los días de lluvia acaban con su jornada laboral, García Ramírez está satisfecha con su lugar de trabajo y por lo pronto no piensa en tener un consultorio.

“Aquí está muy caro si pagas una renta y aquí con nosotros viene gente porque es más barato. Los beneficios que le estamos dando al Distrito Federal es con eso, que nos ganamos poco, pero atendemos a la gente de bajos recursos”, indica.

A pesar de que para una persona con una discapacidad es muy complicado conseguir empleo, la masajista recomienda estudiar y hacer una carrera técnica “para poder mantenerse y solventar sus gastos sin pedirla nada a nadie”.

“Espero que esa escuela nunca se vaya a cerrar porque es de gran beneficio para las generaciones que vienen y que la sigan promoviendo para que vengan más personas, porque mucha gente no sabe que existe y menos los servicios que dan”.
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