¿Reliquia bárbara?

Guillermo Fárber
Columnas
Monedas de Oro
Foto: Jeremy Schultz/Creative Commons

Vivir solo el presente o vivir el presente sin descuidar el futuro: ese es el dilema. Aquella actitud suele tomarse por oriental o cuando mucho new age, pero no lo es tanto. Recuerda a Mateo 6:26: —“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas?”

Nuestra actitud actual es mucho menos confiada y mucho más precavida, por no decir temerosa y quizás hasta enfermiza. ¿La hemos llevado al extremo porque una cosa es prever y otra es acaparar; una cosa es guardar y otra atesorar; una cosa es prudencia y otra es codicia? Dejémoslo ahí.

El historiador Will Durant escribió que la primera forma de cultura del hombre fue la agricultura. En efecto, cuando el hombre descubrió hace unos diez mil años que podía generar su propia comida a partir de la siembra, asegurando así su supervivencia cotidiana, todo cambió, pues reducía drásticamente los azares y riesgos de la recolección y la caza. Pero el mayor milagro era que la agricultura podía aportar no solo la comida de hoy, sino también la de mañana.

Y luego vino un invento todavía más grande que la agricultura: la invención del dinero, que se encarnó en el oro y la plata hace unos tres mil 500 años y potenció al infinito el poder humano en el tiempo y el espacio, mediante el milagro de su doble utilidad: como medio de intercambio y como depósito de valor.

El retroceso

Luego llegaron John Maynard Keynes y su inagotable cauda de acólitos autoproclamados “economistas”, todo ese inmenso avance civilizatorio se desgració porque elevaron al altar al dios de la destrucción de todos los logros anteriores: la retorcida transformación intelectual de un pasivo en un activo: la glorificación de la deuda y la degradación del dinero real en esa abstracción totalitaria llamada “dinero fíat”.

Con su hiperdelirante dictum de declarar al oro “una reliquia bárbara” y la narcisista pretensión de sustituir la realidad natural con la voluntad megalómana del poder político (los economistas no son más que minions de los políticos), Keynes revirtió tres mil 500 años de avance humano. Más: diez mil años. La concepción keynesiana regresó a la humanidad hasta antes de la invención de la agricultura y su posibilidad de resolver las urgencias del presente.

Peor todavía. La visión keynesiana va más allá de la del bíblico Mateo. Ya no se trata nada más de confiarse a la providencia de un Dios que proveerá a sus criaturas con el alimento de cada día. Ahora se trata además de retar a ese Dios con la decisión de comerse hoy no solo lo de hoy, sino también lo de mañana. Porque eso es la deuda, hidra monstruosa vuelta deidad, verdadera reliquia bárbara.

De ahí la insoluble tragedia actual de Grecia, Puerto Rico y Ucrania. Y España, Italia, Portugal, Irlanda e Inglaterra mañana. Japón, Francia, Estados Unidos y el resto del mundo, pasado mañana.