La nueva dirigencia del PAN

Juan Gabriel Valencia
Columnas
Ricardo Anaya, presidente nacional del PAN.
Foto: NTX

Cuando aparezcan publicadas estas líneas será un hecho prácticamente consumado la elección de Ricardo Anaya como presidente nacional del PAN.

No hay que ser adivino. En los últimos años la integración del padrón de militantes, quienes a su vez son los grandes electores dentro del partido, ha sido motivo de severas críticas por la manipulación y sesgo excluyente que hizo Gustavo Madero del registro a su favor y en su conveniencia. No cabe duda que esas desviaciones favorecen a Ricardo Anaya, quien alcanzó su meteórico ascenso bajo el paraguas de la presidencia nacional de Madero.

Su tarea por delante no es fácil. Quizá lo más importante es demostrar que su carrera política tiene vida propia y que no solo es una extensión de la presidencia anterior. No es sencillo. A pesar de las críticas, Madero fue reacio y resistente a sancionar conductas internas y propias como los llamados moches, partidas presupuestales —dinero de los contribuyentes— que los diputados federales del PAN cercanos a la dirigencia asignaban a obras y localidades escogidas a su arbitrio y en provecho de sus pretensiones políticas personales. El margen para seguir haciendo eso se ha reducido. La caída electoral del PAN en la pasada elección de junio redujo el número de diputaciones, lo que se combina con una baja importante del gasto público para 2016 y un presupuesto base cero con la eliminación de diversas partidas.

El tema de los moches no debe ser menor para Ricardo Anaya. Si algo había distinguido al PAN original era su lucha constante por la utilización apropiada, transparente y eficiente del presupuesto gubernamental. Era un principio básico de ética política del panismo que fue públicamente transgredido y con impunidad. Y eso, haciendo a un lado las fiestecitas inconvenientes de legisladores federales sufragadas con dinero del partido, que también proviene de los contribuyentes vía el INE.

En una tradición autoritaria, pero que está en los estatutos del PAN, el nuevo presidente del partido tiene la facultad de nombrar a los coordinadores de los grupos parlamentarios del PAN en las cámaras de Diputados y Senadores. Es una atribución importante y es una decisión que Ricardo Anaya deberá tomar con cuidado extremo.

Fracturado

Contrariamente a lo que por desgracia piensa un sector de la ciudadanía, el funcionamiento del Congreso desempeña un papel fundamental en el presente y en el futuro, más aún cuando se enfrentan debilidades y vulnerabilidades en el comportamiento gubernamental, sobre todo en el flanco económico, ante la baja del precio del petróleo, el fortalecimiento del dólar y la muy probable alza en septiembre de la tasa de interés.

Todas esas variables incidirán en las decisiones económicas que deberá adoptar el Congreso en los meses de septiembre a diciembre.

A la complejidad de designar coordinadores parlamentarios se agrega también la dificultad de conciliar, con esa designación, los intereses de diversos grupos dentro de las fracciones panistas tras una dirigencia nacional excluyente y pendenciera, sobre todo con el llamado calderonismo que aglutina principalmente a senadores, ya que en las diputaciones casi no alcanzaron espacios para candidaturas.

Anaya tiene que pensar no solo en mañana, sino en 2018. Y el PAN, hoy, está fracturado y no parece encontrarse en condiciones de aprovechar la coyuntura para resultar fortalecido en la próxima elección federal que incluye presidente de la República. Si quieren ser competitivos para entonces, las decisiones comienzan desde ahora, con los pasos inmediatos que dé Anaya.