La vitalidad de Fonseca

Fonseca es duro, inmisericorde y guarro por decir lo menos. Sus relatos no guardan espacio para la compasión

Redacción
Todo menos politica
Rubem Fonseca
Foto: Creative Commons/Rubem Fonseca

Por: Federico González

Rubem Fonseca. Amalgama. Cal y arena. Traducción: Delia G. Juárez. 148 pp.

A partir de la publicación de Los prisioneros (1963), Rubem Fonseca (1925, Minas Gerais) llamó la atención por un realismo fuera de toda moda: a mediados de los sesentas, cuando las sociedades latinoamericanas enarbolaban el boom y la literatura en general se preocupaba por historias que aludieran a trasfondos políticos casi de denuncia, él empezó a contar historias tal vez más cercanas a la literatura de gente como Henry Miller, Colette o Bukowski.

De hecho en su país Fonseca ejerció un evidente contrapeso a la sensualidad naturalista de Jorge Amado o la sofisticada introspección de Clarice Lispector.

Fonseca es duro, inmisericorde y guarro por decir lo menos. Sus relatos no guardan espacio para la compasión o conmiseración por uno mismo. No obstante siempre hay algo a lo que se aferran sus protagonistas: un código de ética y comportamiento propio, ajeno a la búsqueda de redención alguna.

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Una mujer que no duda en abandonar a su hijo recién nacido o un hombre a quien no le tiembla la mano para cometer el crimen planeado parecen condenables a simple vista pero bajo la óptica de Fonseca se despojan de cualquier juicio de valor. El narrador simplemente expone un contexto y un cúmulo de cuestiones que buscan bordear los límites de la condición humana para hacerlos comprensibles.

Así son y así han sido sus historias. La firma de la casa no cede un ápice y las historias que encontramos en Amalgama son muy similares a las que hemos leído en otros de sus libros de relatos.

¿Monotemático? Tal vez, pero también lo son Philip Roth, Cormac McCarthy o el mismo Bukowski. Quizá mejor tendríamos que matizar y hablar de las obsesiones.

Fonseca conoce las suyas y con esas tiene. Sus relatos, incluso cuando no lo parecen, profundizan sobre una moral y coherencia fiel a uno mismo. Uno es como es, podría ser una de las conclusiones que nos deja la lectura de los cuentos del brasileño.

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Vital

Probablemente sea esta percepción del ser humano la que hace de su literatura algo universal. Sus espacios pocas veces son definidos. No se regodea en las descripciones ni en las atmósferas. Todo es acción en sus cuentos. Después de todo a los hombres los conocemos por sus acciones, no por sus pensamientos.

Amalgama es, pues, la continuidad de una trayectoria dedicada a una literatura coherente y a prueba del tiempo.

Fonseca envejece pero se sigue leyendo bien y, mejor aún, nos sigue conmocionando igual. A sus casi 90 años el narrador tiene una prosa tan vital que ya la quisiéramos muchos de nosotros.

Otros títulos de Rubem Fonseca son Diario de un libertino, Ella y otras mujeres y José.

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