Subnormal rural

Ante los normalistas de Ayotzinapa no hay que confundir la tolerancia y la justicia con la debilidad y la demagogia de otros tiempos.

Juan Gabriel Valencia
Columnas
Normalistas
Foto: Cuartoscuro

Nuevamente la Normal Rural de Ayotzinapa, de nombre Isidro Burgos, da de qué hablar. Pero esto no puede ser recurrente. No se trata de aburrirse de noticias accesorias, sino del abuso a la paciencia de los contribuyentes y a la sensatez.

No lleva siquiera un mes el nuevo gobernador de Guerrero, Héctor Astudillo, cuando los normalistas de Ayotzi, como se refieren a sí mismos, lo retan para “calarlo”.

Secuestran autobuses entre Tixtla y Chilpancingo para montar un operativo que les permitiera robarse una pipa de doble remolque con 64 mil litros de combustible para llevársela a las instalaciones de su escuela. ¿Con qué fin? Vaya uno a saber. En pocas personas es tan aplicable y precisa la palabra despropósito.

Intervino la autoridad para el rescate de la pipa y los autobuses secuestrados. Hubo heridos y los detenidos en flagrancia no fueron presentados ante el Ministerio Público, sino ante la Comisión de Derechos Humanos (Ya quisiera yo ver, estimado lector, qué pasaría si alguno de nosotros nos robamos en Paseo de la Reforma una pipa con 64 mil litros de combustible. Es un delito de seguridad nacional).

Es entendible que después de lo de Iguala y de los gobiernos desastrosos de Ángel Aguirre y Rogelio Ortega, el gobernador Astudillo, ante situaciones de crisis, se mueva con pies de plomo, siempre y cuando esto no se convierta en una pauta de gobernabilidad o, mejor dicho, de ingobernabilidad. Guerrero ya no lo resiste.

Ayotzinapa y su propia existencia se inscriben en la historia y la trayectoria de un país que debemos dejar atrás. Se supone que forma maestros que regresarán a sus comunidades a instruir a los niños. Su currícula se compone de lecturas de Marx, Lenin y el Diario del Che. Está probada la infiltración de la banda de Los Rojos, traficantes de estupefacientes rivales de Guerreros Unidos. Así financian los normalistas sus actividades extraescolares —subversivas, dirían los antiguos; antisistémicas se les llamaría en la posmodernidad.

Así se puede hacer volar un cajero automático o un oleoducto de Pemex, instalar un campamento a plazo indefinido en el Monumento a la Revolución… En cualquier caso tienen garantizada su plaza docente a costa de los impuestos de los contribuyentes.

Indispensable

En una visión crítica y autocrítica, decía un subsecretario de Educación Pública que los niños no aprenden en la escuela lo que tienen que aprender y los maestros no enseñan lo que tienen que enseñar.

Y lo decía para el sistema educativo en su conjunto. No hablemos de lo que pasa con los maestros de las normales, o mejor dicho subnormales, rurales en los 16 planteles que tienen en el país.

Se comprenden las dificultades que apenas a dos meses de su encargo encuentra el secretario de Educación, Aurelio Nuño. Apenas está logrando vencer el obstáculo de la evaluación docente cuando ya tiene a la vuelta de la esquina el problema de la reforma de los contenidos de la educación, tanto de maestros como de alumnos.

Sin embargo, es indispensable que la SEP tarde o temprano, de cara a la opinión pública, presente los resultados y el diagnóstico de las normales rurales del país. Y lo que sea preciso hacer, se haga, sin que a nadie le tiemble la mano.