Le decían Casa de plata

El ex templo nuevo de San Felipe Neri se volvería bodega, talleres de hojalatería y aún escenario de una escuela de equitación. 

Alberto Barranco
Columnas
Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada
Foto: Wikimedia Commons

Aunque la referencia remitía al par de formidables bodegas laterales al portón, donde a la escarcha de la madrugada y la impaciencia del empedrado se descargaban las recuas plenas de barras del metal, el mote de Casa de plata a la impresionante mansión de la calle de San Felipe Neri, hoy República de El Salvador, lo habría merecido solo el centro de la mesa del comedor: el adorno de plata cincelada valía once mil 730 pesos… de 1782.

La joya, sin embargo, pasaba desapercibida frente al altar de plata de la capilla, coronado con la imagen de la Virgen de los Dolores o el cincelado del mismo metal para integrar un trono donde descansaba el retrato del rey de España, Carlos III.

Ahora que el oratorio de la casa del primer conde de Regla, Pedro Romero de Terreros, estaba tapizado de piso a techo en damasco carmesí traído expresamente por la Nao de China.

La vecindad caminaba a paso lento por la calle rumbo al Oratorio de San Felipe Neri, en lo que hoy es República de El Salvador 49, en la esperanza de conocer parte de la mansión, o llegar al clímax a la vista de las alhajas de doña Antonia de Trebuesto y Dávalos…

El regalo de bodas de la esposa del rico más rico de la Nueva España habían sido dos pulseras con diez kilos de perlas, cierres de oro y 15 esmeraldas cada una, a más de dos vestidos en los que se bordarían 500 brillantes… al margen de los 100 mil pesos de dote.

De aquello que fue la mansión del hombre que legara el fondo que permitió constituir el hoy Nacional Monte de Piedad y de Ánimas, solo queda una ruina, en la que sobresalen pinceladas de lujo en los barandales y los floretones cincelados en piedra de la fachada.

A su vez las iglesias del Oratorio de San Felipe Neri serían abandonadas luego de ser heridas por el violento terremoto de abril de 1768, para convertirse una en bodega y otra en el legendario Teatro Arbeu, administrado originalmente por el yerno del empresario Francisco Arbeu.

La construcción la adaptó el arquitecto Apolonio Téllez Girón para rivalizar al coso con los teatros Nacional y Principal.

La inauguración del elegante salón, vivo hasta 1954, llegó con la puesta en escena de la zarzuela Campanone.

Piedras viejas

La novedad, más allá de la herradura que integraban los palcos; la posibilidad de levantarse las butacas para dar paso a quienes llegaban tarde y el extravagante uso de gas hidrógeno para iluminar la sala y la escena, era la presencia imprescindible de personajes de la vida política y social del país.

El Teatro Arbeu tenía una capacidad para 640 lunetas y asientos de balcón; 600 asientos de esquela o galerías, nueve plateas y 21 palcos primeros y 20 segundos.

Estrenada en paralelo en el Teatro Principal y el Arbeu, la obra La ermita de Santa Fe, escrita por José Peón Contreras, obligó a este a correr de uno a otro para alcanzar el aplauso del respetable.

Muerto el Teatro Arbeu, el ex templo nuevo de San Felipe Neri se volvería bodega, talleres de hojalatería y aún escenario de una escuela de equitación, hasta que la Secretaría de Hacienda lo rescató para convertirlo en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada.

A una cuadra al norte de la Casa de plata moriría, en junio de 1833, el combativo periodista José Joaquín Fernández de Lizardi, conocido como El pensador mexicano.

Piedras viejas. Viejas glorias.