¡Rompe!

En México el clarinete no ha sido precisamente un instrumento favorecido por los compositores. 

Eusebio Ruvalcaba
Todo menos politica
Clarinete
Foto: Elisabeth D’Orcy/Creative Commons

El clarinete es un instrumento feliz —si por felicidad entendemos ser vecino de cuna de Mozart.

Hasta donde sé —que es bien poco—, en México el clarinete no ha sido precisamente un instrumento favorecido por los compositores. Más bien la tradición y el impacto del clarinete hay que localizarlo entre la usanza de la música popular, como la de Abundio Martínez, él mismo clarinetista, músico que compuso abundante obra para ser tocada por bandas de alientos.

En cuanto a la flauta, este instrumento ha revestido un interés más antiguo, digamos histórico, pues en otras versiones —modificaciones que obedecían sobre todo a su terminado más que a su estructura— ya era usado por músicos en el periodo colonial. Así las cosas, la unión del clarinete y la flauta suscita un interés inusitado.

Por eso llama tanto la atención el disco que lleva por título ¡Rompe! Se trata de una compilación de obras para diversas dotaciones de cámara, en las que privan las voces del clarinete y la flauta: Transparencias, de Eduardo Gamboa (flauta, violín, viola y violonchelo); Dúo (flauta en sol y violonchelo) y Sonata para 6, de Joaquín Gutiérrez Heras (flauta, clarinete y cuarteto de cuerdas); Amatzinac, de José Pablo Moncayo (flauta y cuarteto de cuerdas), y Anamnesis, de Mariana Villanueva (clarinete y cuarteto de cuerdas).

Empecemos por la obra de Mariana Villanueva. No es común toparse con una pieza que apueste por el arrojo, en cuanto a la experimentación se refiere, y la introspección —por su propuesta temática que, según las notas del cuadernito que acompaña al disco, es de carácter litúrgico. Se entiende que, en este caso, experimentar obedece a un afán de encontrar el medio idóneo para expresarse. Así, Anamnesis transcurre en varias atmósferas, digamos varias lecturas en las que de pronto se percibe una línea convencional luego de una francamente trastornadora y que hablan de la enorme búsqueda que siempre ha distinguido a esta compositora. Hay que tener presente, además, que la combinación clarinete-cuarteto de cuerdas es de las más sugerentes a lo largo de la historia de la música de cámara, por lo que cualquier aportación es bienvenida.

Aura

Por su parte, en Amatzinac se establece un diálogo afortunado entre el aliento y las cuerdas. Hay toda una suerte de discurso lúdico, salpicado de frases meditativas, que le dan al conjunto notoriedad y bríos. Aunque breve esta obra es una muestra del talento o, mejor aún, de la capacidad de síntesis, para decir mucho con poco, del compositor jalisciense.

Las dos obras de Joaquín Gutiérrez Heras son muestra elocuente del oficio del compositor. Más aún en la Sonata para 6 que en el Dúo, se advierte la decantación de un lenguaje en el que ha quedado muy atrás la complacencia, la previsibilidad. Nada hay en este autor que delate premura, improvisación, ni mucho menos, claro está, descuido. Gambusino de emociones, este hombre posee una especie de filtro por donde lo superfluo no puede pasar. De tal modo que su música mantiene siempre un halo de delicadeza y maravilla.

Si de frescura se trata, la obra de Eduardo Gamboa es rotunda. Sumamente atractiva por su inclusión de ritmos populares (Torito, Arrullo, ¡Rompe! y Jarabe se intitulan sus tiempos), la pieza mueve los pies de quien la escucha, sin dejar de lado esa aura de finura que caracteriza a la música de este autor. Buena obra, que por sí sola bastaría para arrancar una mueca de satisfacción.