Antología pianística (1900-1950)

Hay en todas las piezas cierta vena melódica que une las obras entre sí como si se tratara de un hilo conductor. 

Eusebio Ruvalcaba
Todo menos politica
Antología pianística
Foto: Catface27/Creative Commons

No es música que aparezca todos los días; pero no solo por eso hay que celebrar los dos discos que reúnen una muestra representativa de la música para piano mexicana publicados por Quindecim: El siglo XX en México. Antología pianística (1900-1950), interpretados por María Teresa Frenk, sin duda una de las pianistas mexicanas de más prestigio, que con igual maestría toca Bach que Beethoven, Schumann que Chopin y que siempre se ha distinguido por apoyar la obra de compositores connacionales.

Toca esta música, pues, una artista que se mantiene fiel al espíritu de la obra, al mensaje que un hombre envía a otro, pero sin dejar de ofrecer un sello distintivo personalísimo, un muy personal modo de tocar.

Se escuchan los dos cd y lo que permanece es una sensación de haberse sumergido en un río pianístico fresco e incontenible, que no cesa.

Como sucede con toda antología, es inevitable que muchos autores queden fuera; pero aun así el índice de estos compactos habla de una compilación pianística que cubre exigencias diversas.

De entrada, lo que se respeta es un orden cronológico. El primer cd comprende Bosquejos. Tres danzas para piano, de José Rolón (1876-1945); Romanza de amor, Duerme y Dos estudios dedicados a Rubinstein, de Manuel M. Ponce (1882-1948); Cuatro preludios, de Carlos Chávez (1899-1978); Seis bagatelas, de Rodolfo Halffter (1900-1987); Adagio, Canción y Allegro, de Silvestre Revueltas (1899-1940); Momento musical, de Alfonso de Elías (1902-1984); Dos preludios, de Blas Galindo (1910-1993); Tres piezas para piano, de José Pablo Moncayo (1912-1958); Cuatro danzas mexicanas, de Armando Montiel Olvera (1917-1989), y Estampas marítimas, de Eduardo Hernández Moncada (1899-1995).

A su vez, el segundo disco contiene Sonatina No. 1, de Salvador Contreras (1910-1982); Enigma para piano solo, de Lucía Álvarez Vázquez (1948-); Siete piezas latinas, de Graciela Agudelo Murguía (1945-); Abstracciones líricas, de Leonardo Velázquez (1935-); Sonata de Santiago, de Mario Kuri-Aldana, y Sonata No. 7, de Enrique Santos.

Botón

Muy conocidos los compositores del primer disco, con sobrada razón hay que detenerse en los del segundo (en este sentido, probablemente el nombre de Salvador Contreras brinque un poco, pues sus compañeros de viaje: José Pablo Moncayo y Blas Galindo figuran en el primer volumen).

En principio sorprende que en todas las obras se respire una especie de aliento semejante, como si hubiesen sido extraídas del mismo baúl. A mi modo de ver esto habla bien de María Teresa Frenk, porque le permite dotar de unidad pianística al disco. Quiero decir: hay en todas las piezas, en unas más que en otras, desde luego, cierta vena melódica que une las obras entre sí como si se tratara de un hilo conductor solo visible para los oídos atentos. A mí me atrae poderosamente este estilo de hacer música. Por supuesto que cada autor es dueño de su propia voz y, más aún, cada uno dota a su música de un nivel diferente de complicaciones y resoluciones técnicas, que María Teresa Frenk acomete, ya lo dije, con firmeza y maestría, ¿o acaso será justo el arte de Frenk lo que le da al disco una frescura inusitada? Pues sea una cosa o la otra, este disco podría figurar como un botón de muestra de lo que se está haciendo en México. Valdría la pena, incluso, pensar en un tercer volumen y en un cuarto y un quinto. El piano es debilidad de compositores.

Un punto más: cada obra especifica su “fuente”, es decir su editor. Si revisamos este segundo disco, cuesta trabajo creer que solo la obra de Contreras esté publicada; de todas las demás se acota una triste palabra: Manuscrito. En fin. Si los escritores se quejan de que no se les publica, es de imaginarse los músicos.