32 páginas para cambiar el mundo

El planeta necesita una máscara de oxígeno pero nadie se atreve a admitirlo

Lucy Bravo
Columnas
Contaminación en China
Foto: AP

El planeta necesita una máscara de oxígeno pero nadie se atreve a admitirlo: mientras todos tenían la mirada puesta sobre París y los 195 líderes que se dieron cita para buscar una solución al cambio climático, en China la ciudad de Pekín se paralizó por completo durante 48 horas debido a la contaminación.

Por primera vez en su historia el gobierno chino declaró alerta roja al registrar una cantidad de gases tóxicos en el aire diez veces más alta de los niveles recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).


Pero aquella espesa niebla de polución también oculta un mensaje mucho más profundo: el mundo está muriendo y el nacimiento de uno nuevo ha sido dolorosamente lento.

Demasiado lento: la comunidad internacional tardó más de 20 años en alcanzar un acuerdo como el que se anunció en el marco de la vigésimo primera Conferencia de las Partes sobre Cambio Climático (COP21) en París y aún así podría ser insuficiente. En 32 páginas 195 países fijaron los compromisos que pretenden cambiar el mundo y preservar la vida en un planeta asfixiado.

Según datos de la OMS, en la última década del siglo XX los desastres naturales relacionados con las condiciones meteorológicas produjeron aproximadamente 600 mil muertes en el mundo, 95% de ellas en países pobres.

Además se prevé que para 2050 el cambio climático causará 250 mil muertes cada año por enfermedades asociadas a sus consecuencias ambientales.

Paradojas

Aunque muchos han catalogado lo sucedido en París como “histórico”, es necesario dimensionar el verdadero alcance de las voluntades políticas ahí reunidas.

Para empezar se fijó un ambicioso objetivo de limitar el alza de la temperatura promedio del planeta en no más de 1.5° C, a pesar de que esta ha aumentado en casi 1° C desde la revolución industrial. Para alcanzar esa meta se tendría que reducir en al menos 80% el uso de combustibles fósiles y detener urgentemente la extracción de nuevas fuentes y la deforestación. Pero el acuerdo de París no menciona una sola vez las palabras “combustible”, ni “fósil”, ni “petróleo”.

Tomemos en cuenta que aunque el acuerdo adoptado para limitar la cantidad de Gases de Efecto Invernadero (GEI) es legalmente vinculante, los compromisos nacionales no lo son. Mas aún: el acuerdo no estipula la reducción de emisiones de GEI antes de 2020 y aunque la revisión posterior de los compromisos individuales cada cinco años sí es jurídicamente vinculante, no se estableció ningún tipo de sanciones.

Mientras no existan mecanismos reales o políticas públicas que desincentiven el uso de energías fósiles, como un impuesto a los GEI, por ejemplo, los Estados no tienen manera de estimular un verdadero cambio.

A su vez los compromisos de las naciones desarrolladas están “muy por debajo” de su responsabilidad histórica, ya que el acuerdo impide que los países menos desarrollados afectados por el cambio climático puedan demandar por “daños y perjuicios”.

La paradoja de estos acuerdos “históricos” es simplemente inadmisible y la complacencia de fondo hacia las empresas y países más contaminantes no resolverá el problema. Mientras los líderes sean incapaces de implementar acciones radicales y se conformen con palabras el hielo de los polos seguirá disminuyendo, el nivel de los océanos continuará aumentando y la temperatura promedio del planeta no dejará de escalar. El mundo está cambiando y las señales ya no se pueden ignorar: si no, basta con recordar a los habitantes de Pekín y sus máscaras de oxígeno.