Disyuntivas morales o electorales

Dentro de la pérdida de ideologías es relativamente fácil encontrar propuestas programáticas y de políticas públicas

Juan Gabriel Valencia
Columnas
Ricardo Anaya, presidente nacional del PAN
Foto: Cuartoscuro

En las campañas electorales uno tiene que ser muy cuidadoso en cuanto a los dilemas que se plantean al elector. Dentro de la pérdida de ideologías es relativamente fácil encontrar propuestas programáticas y de políticas públicas, singulares a cada una de las opciones posibles. Ello sin incurrir en lo que pudiera considerarse una contradicción esencial que descalificara a la opción electoral de manera unitaria y en conjunto.

Por el contrario, cuando se le plantea al votante una disyuntiva moral frente a uno mismo o ante el adversario, uno necesita estar muy seguro de que quien se plantea la disyuntiva y el grupo que lo rodea no puede ser acusado de la conducta que se le imputa al opositor. Electoralmente, puede ser una apuesta muy redituable, pero muy arriesgada.

Desde que tomó posesión la nueva dirigencia nacional del PAN, con Ricardo Anaya a la cabeza y muy visiblemente en una intensa campaña de medios, se eligió el lema de la anticorrupción para la descalificación de sus competidores. Como se ha dicho, una apuesta elevada considerando escándalos previos relativamente cercanos que involucraban en moches y en fiestas a legisladores federales de Acción Nacional.

Desde luego que las condiciones y las circunstancias de opinión eran propicias para que la campaña de Ricardo Anaya se enfocara en esa dirección, pero en cualquier momento se podía presentar algo inesperado, debe uno suponer completamente ajeno al conocimiento y a la lectura de la realidad que hiciera de la misma la actual dirigencia nacional del partido.

Y el inesperado se presentó, debe decirse, no sin advertencia.

En abril del año pasado una persona con documentación falsificada se presentó en el Reclusorio de El Altiplano a entrevistarse con El Chapo Guzmán. Está documentado que se habló de transferencias de propiedades y otros bienes, con la mayor confianza y naturalidad. Resultó que esa persona era una diputada del PAN por Sinaloa de nombre Lucero Guadalupe Sánchez López.

De acuerdo con medios públicos la dirigencia nacional del PAN no hizo nada; no reaccionó.

Credibilidad

Meses después, tras de la fuga de El Chapo Guzmán y su recaptura ha quedado claro que la diputada pasó año nuevo de 2016 con la familia de El Chapo, estando este prófugo en la Sierra de Sinaloa. Esto se sabe nueve meses después del incidente de El Altiplano.

El presidente del PAN ha reaccionado con indignación, ha destituido al coordinador parlamentario de su bancada en Sinaloa, ha nombrado delegado especial al estado al diputado federal Federico Döring…

La narrativa de los hechos ha dado pie a que Felipe Calderón y su esposa, Margarita Zavala, exijan cuentas al partido y le piden se disculpe ante la ciudadanía.

Está claro que la corrupción, en este caso el crimen organizado, infiltró a Acción Nacional. Debería estar claro, en un arranque de realismo, que el PAN tendría que cambiar las premisas de su campaña hacia las gubernaturas de 2016, mirando hacia programas y propuestas de política más que hacia el tema de la corrupción, que parece abarcar a todas las organizaciones políticas sin distingo.

No es un problema de respeto a uno mismo o a los demás: es un problema de eficacia electoral y es evidente que a estas alturas el PAN tendrá que cambiar sus coordenadas discursivas a riesgo de que si no lo hace perderá toda credibilidad.