México-Venezuela

Que la Secretaría de Relaciones Exteriores haya recibido a una opositora democrática del régimen de Nicolás Maduro representa un cambio.

Juan Gabriel Valencia
Columnas
Lilian Tintori
Foto: Cuartoscuro

El encuentro de Lilian Tintori, esposa del opositor venezolano encarcelado Leopoldo López, con la canciller mexicana Claudia Ruiz Massieu pudiera marcar un giro de fondo en la política exterior de México, más allá de un evento amistoso o un gesto fraternal y solidario entre mujeres dedicadas a la actividad política.

Por alguna razón o error de percepción en los últimos diez años, incluidos los seis de Felipe Calderón, la política exterior de México reflejó, por un lado, un escaso interés en diversificar y profundizar la agenda de trabajo y la identificación de áreas comunes de interés con nuestro principal socio y centro de gravedad de la geopolítica mexicana que es Estados Unidos.

Esa toma de distancia no dejó de ser paradójica. Desde un punto de vista general la agenda bilateral con Estados Unidos no se modificó ni intentó modificarse. Pero al mismo tiempo, la relación México-Estados Unidos en un tema se liberalizó a niveles casi escandalosos, como fue lo relacionado en la cooperación antinarcóticos. Calderón no confiaba en los estadunidenses ni era una de sus prioridades la ampliación de vínculos en un espectro de oportunidades histórica y geográficamente desperdiciada.

No obstante, se siguió una política de puertas abiertas para los agentes norteamericanos en México como en la Secretaría de Marina, la Secretaría de Defensa, la PGR y el Cisen. Todo para que los estadunidenses combatieran el origen de un crimen, narcotráfico, cuya demanda y última razón de ser está en Estados Unidos y cuya erradicación el gobierno norteamericano no está dispuesto a emprender en su propio territorio.


El actual sexenio corrigió de inicio el exceso injerencista de los estadunidenses en las dependencias mexicanas y mantuvo, simultáneamente, una actitud ambigua respecto del antinorteamericanismo en algunos países de América Latina como Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Cuba y destacadamente Venezuela, actitud mexicana que no sirvió en los hechos para enriquecer y fortalecer las relaciones con lo que con laxitud se podría llamar el bloque de izquierda latinoamericano.

Ello generó cierta desconfianza de Estados Unidos hacia México y no representó ganancia para el país en América del Sur, salvo algunas excepciones como Perú, Chile y Colombia.

Ante la gradual pero irreversible construcción de una dictadura en Venezuela, México guardó silencio durante los últimos años de Hugo Chávez y la presidencia de su sucesor, Nicolás Maduro. Era, en conjunto, una política exterior desdibujada, casi a la deriva, sin posiciones claras, como si se estuviera temeroso de críticas externas e internas, sobre todo por el tema de derechos humanos.

Cambio de fondo

Por eso, el que la Secretaría de Relaciones Exteriores haya recibido a una opositora democrática del régimen de Nicolás Maduro pudiera representar un cambio de fondo, es decir, un acercamiento abierto y explícito con las corrientes democráticas y constitucionalistas del continente y a la vez un realineamiento de posiciones de México con los intereses multilaterales y continentales de Estados Unidos, intereses que pésele a quien le pese significan prioridades fundamentales para México en el presente y en el futuro.

Brasil en crisis, Argentina con cambio de gobierno y de partido, Venezuela en bancarrota, Cuba más próxima de lo que uno se imagina a una transición generacional y constitucional. México está a tiempo de retomar una política guiada auténticamente por el interés nacional.