La fuerza más destructiva del mundo

La triste y simple verdad es que nunca, pero nunca (como en jamás) vas a ganarle a los bancos en su juego.

Guillermo Fárber
Columnas
Dólares
Foto: 401(K) 2012/Creative Commons

¿Un megasismo, un tsunami, el estallido de un supervolcán? No: la deuda. Mira lo que es capaz de destruir. En el siglo VI, en 578, el inmigrante coreano Shigemitsu Kongo viajó a Japón a invitación de la familia real.

El budismo estaba creciendo en Japón en ese momento y la emperatriz lo quería impulsar aún más. El problema era que los arquitectos locales no tenían experiencia en construir templos budistas, de modo que recurrió a importar el talento necesario.

Ese talento se llamó Shigemitsu Kongo, quien tenía un sólido prestigio en esa actividad. La familia real le encargó construir el templo Shitenno-ji, que todavía se conserva en Osaka.

Kongo se percató de que el auge del budismo presentaba una gran oportunidad a especialistas como él, una oportunidad que le podía garantizar décadas en esa rama de la construcción de templos.

Resultó que la oportunidad duró no décadas, sino siglos; 14 centurias, de hecho. Todavía en 2004 la mayoría de sus ingresos (60 millones de dólares) era por cuenta de la construcción de templos. Su compañía, Kongo Gumi, estuvo activa mil 428 años, una verdadera hazaña en el campo empresarial.

¿Y qué la mató? La deuda que acumuló. Porque la triste y simple verdad es que nunca, pero nunca (como en jamás) vas a ganarle a los bancos en su juego. ¿Y cuál es ese juego? Uno que practican una y otra y otra vez y siempre hay millones de ingenuos que se tragan el anzuelo: ofrecer préstamos cuantioso y baratos, darte cuerda para que te ahorques solito y luego, en el momento oportuno, darte el tirón brutal, en la forma de un alza repentina de los intereses en medio de un bache económico general, convenientemente inducido.

La historia de siempre

Para Kongo Gumi el final comenzó en los años 1980. Japón estaba en plena burbuja financiera, la mayor de su historia, generada con el mismo mecanismo que los bancos centrales aplican una y otra vez: expansión de la masa monetaria y desplome artificial de las tasas de interés. Esto no falla nunca en crear ese tipo peculiar de borrachera masiva llamada wealth effect. Todo mundo se siente rico, genio financiero o empresarial y piensa que “esta vez es diferente”. Así ocurrió tanto en Japón, que se llegó a decir que el terreno del palacio imperial en Tokio valía más que todo el patrimonio inmobiliario del estado de California. Absurdo, pero la gente lo creyó.

En esa borrachera cayó también Kongo Gumi. Acumuló deuda a lomos del optimismo y cuando la burbuja tronó en 1989 las empresas se encontraron de pronto con activos devaluados y una deuda creciente.

Kongo Gumi había sobrevivido a crisis políticas, guerras, desastres naturales, incluso dos bombas atómicas. A lo que no puedo sobrevivir fue a la deuda.

Moraleja: seas individuo, familia, empresa, gobierno, incluso un banco central, si tu balance se deteriora gravemente y tus pasivos crecen de más, tarde o temprano serás liquidado.