La crisis de todos tan temida

La destrucción del modelo de desarrollo estabilizador exigió un nuevo modelo de desarrollo.

Carlos Ramírez
Columnas
Reporte financiero
Foto: Ken Teegardin/Creative Commons

La única caracterización posible del estado de la economía nacional es un concepto ya muy conocido: crisis. La economía puede tener la tasa de inflación más baja, no se llegará a una tasa negativa y pese a los buenos deseos sí habrá una disminución del Producto Interno Bruto.

Y lo de menos es tener la certeza oficial de que se trata de una crisis importada por el desplome de los precios petroleros y las secuelas del colapso del sistema financiero de 2008 y que a la larga habrá una reactivación (aunque Keynes escribió que a la larga todos estaremos muertos).

Como gobierno, como gabinete económico y como sociedad, más vale tener la certeza de que se trata de una crisis, es decir, de una fase de fallas estructurales que de nueva cuenta impedirán que el país alcance la meta oficial de 5% de PIB anual promedio o la deseable de 6%. La crisis actual es una muestra más de la crisis del modelo de desarrollo.

Se trata de la misma crisis económica que comenzó su ciclo en 1973 cuando la OPEP inició el primer gran ajuste a los precios petroleros y México tuvo que asumir esa decisión con inflación interna porque en aquel año éramos importadores netos de petróleo crudo. El efecto estructural de esa crisis fue el agotamiento del modelo de desarrollo conocido como “desarrollo estabilizador”, es decir, crecimiento con estabilidad del binomio inflación-tipo de cambio.

Los estrategas gubernamentales no entendieron la dimensión de esa crisis; el gobierno de Echeverría mantuvo su ritmo de gasto creciente con ingresos menores; la inflación se metió al fondo de la economía; el gobierno financió su gasto con deuda y circulante artificial, y la inflación condujo a la devaluación del 30 de agosto de 1976. Desde entonces la economía quedó tocada por la inflación.

Pare-siga

La destrucción del modelo de desarrollo estabilizador exigió un nuevo modelo de desarrollo, pero desde 1973 a la fecha (43 años) se mantuvo el esquema artificial de gasto público financiado con petróleo, deuda o inflación o decreciente para no disparar la inflación. Pero no fue un modelo de desarrollo sino una mera estrategia de política económica. El crecimiento económico, el bienestar social y los salarios se ataron como variables de la inflación y por eso México ha tenido una tasa promedio anual del PIB de 2.2% en el largo periodo 1983-2015 (32 años) y maneja el esquema de pare-siga en función de presiones inflación-devaluación.

Un dato: de 1976 a 2015 la política económica ha prohijado la peor cifra de la crisis social: solo 20% de los mexicanos vive sin pobreza ni marginación. Para revertir este pesado fardo social, México necesita crecer a tasas de 6% y para ello requiere de otro modelo de desarrollo.

De 1973 a 2016 el país ha vivido ciclos recurrentes de pare-siga en el crecimiento económico, con efectos sociales negativos. Lo grave del asunto es que los economistas del gobierno y de la oposición saben de los problemas estructurales de la economía pero no han tomado la gran decisión histórica de replantear el modelo de desarrollo; inclusive, ese nuevo modelo puede hacerse sin romper con la globalización ni regresar al estatismo.

Mientras no haya un nuevo modelo de desarrollo, México vivirá en la zozobra de crisis locales o importadas, que para el caso es lo mismo. Y su tasa anual promedio del PIB estará debajo de 2.5 por ciento.