Aún hay materiales inéditos de Salvador Elizondo

Este 29 de marzo se cumplen 10 años de la muerte del escritor mexicano Salvador Elizondo.

Hector González
Todo menos politica
Libros
Foto: Christopher/ Creative Commons

A lo largo de su vida, Salvador Elizondo llenó 83 libretas con su diario. Su testimonio es amplio y prolijo. Hay anécdotas, vivencias, experimentos, comentarios… Su última compañera de vida fue la fotógrafa Paulina Lavista, quien recientemente se dio a la tarea de editar una primera entrega: Diarios 1945-1985 (Fondo de Cultura Económica).

“Mientras vivió, no solía ojearlos; acaso los veía si él me compartía algo”, explica Lavista. Luego de la muerte de Elizondo, ocurrida el 29 de marzo de 2006, ella se acercó para revisarlos y preparar la publicación de algunos fragmentos en la revista Letras Libres. Aquella serie incluyó un fragmento mensual durante un año.

La vida de Salvador Elizondo giró desde siempre alrededor de la escritura. Sus primeros apuntes datan de su estadía en Estados Unidos, posterior a su infancia en la Alemania de Hitler. Su familia regresó a México, donde empezó a estudiar la primaria, pero al poco tiempo lo enviaron a California para seguir con la escuela.

“Desde muy niño aprendió a pensar”, asevera su viuda. Sobrino-nieto de Enrique González Martínez e hijo del diplomático y productor de cine Salvador Elizondo Pani, creció en un ambiente donde el arte era cosa de todos los días.

“Su padre no lo consintió, lo obligó a cumplir sus estudios. Varias veces me comentó que Corazón, diario de un niño, de Edmundo de Amicis, fue de los primeros libros que lo conmocionaron”.


A través de los diarios se moldea la compleja personalidad de Elizondo.

“Quisimos hacer un retrato suyo y evitar la dispersión para que fueran de buen gusto; que nos ayudara a narrar al personaje”.

La ambición de saber lo llevó a acumular un conocimiento universal. Curioso de la plástica, la literatura y el cine, sin problema podía dedicar entre siete u ocho horas diarias a la lectura. “Cada vez que releía el Ulises de Joyce lo hacía con un tomo diferente para volver a marcar lo relevante”.

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Picasa 3.0

Por años, Paulina Lavista fue la primera lectora de Elizondo.

“Él vivía en el Parque México y yo tenía un departamento en la calle Ámsterdam; cuando se desocupó el de enfrente lo adquirimos y cada quien tenía el suyo para trabajar”.

El lazo de la pareja era a todos los niveles. Cuando la fotógrafa expuso en el Palacio de Bellas Artes, fue el autor de Narda o el verano quien la presentó.

“Era crítico, pero muy entusiasta. Me animaba a tomar fotos; leímos juntos; él me traducía... Si puedo hacer ediciones interesantes es porque él me enseñó”.

Novela inédita

El camino de ambos estaba destinado a cruzarse. El músico Raúl Lavista, padre de Paulina, trabajó en más de una ocasión con el productor Salvador Elizondo.

“Todos lo conocían como un niño muy brillante. Cuando Salvador regresó de Europa yo tenía doce o trece años; me pareció muy interesante… yo no sabía nada. Era amigo de mis padres. Después vino el 68, el CUEC y el amor; yo ya tenía 23 años. Creo que fuimos de las primeras parejas en unión libre, porque no nos casamos”.

La impronta del escritor es absoluta, reconoce Paulina Lavista.

“Soy de las que piensa que Farabeuf está escrita a partir de una fotografía. Salvador fue de los primeros en hablar de mi disciplina como un arte. Era muy interesante, porque cuando se enteró de mi interés por la foto me contrató dos veces para que lo retratara y así acercarse a mí”.

A la joven le habló de composición, de teoría y la instó para que armara su cuarto oscuro para revelar. Juntos salieron como fueron pudiendo, recuerda la fotógrafa. Ambos tenían trabajos por encargo; así pasaron los setentas y ochentas; sus viajes eran en coche al interior del país. Recorrieron Mérida, Mazatlán, Colima... “Yo manejaba y él llevaba las cervezas; era muy malo al volante, siempre chocaba”.

El respeto de Lavista hacia quien fuera su marido se incrementó con el tiempo. Admiró su prosa y sus ensayos. Pero si habla de un libro favorito se decanta por Camera lucida, por supuesto.

La noche del miércoles 29 de marzo de 2006 murió Salvador Elizondo. Tenía 73 años. Uno de los primeros en aportar al registro de su muerte fue su nieto Jonás Cuarón, vía de su primer matrimonio. En su filme Año uña (2007) muestra fotos de su abuelo antes de entrar en el hospital y recostado en la cama.

Lavista asegura que sus últimas horas fueron tranquilas, sin sufrimiento. Comenta que el filme del menor de la saga Cuarón no le gustó: “Desvirtúa completamente a Salvador, lo pone como el abuelo con cáncer sin dinero y eso no fue cierto. Me enojé porque no me pareció la forma correcta, me excluyeron a mí y a su hijo”.

Adelanta que los diarios de su muerte sustentan sus palabras.

“Para mí son los más interesantes, porque tuvo las agallas de narrar su enfermedad. Cuando los publique serán una bomba, porque nadie ha hecho eso”.

En total serán tres los tomos que reunirán las bitácoras. La periodicidad y el sello bajo el que saldrán los otros dos son una incógnita. “Supongo que serán con el Fondo de Cultura Económica, pero no hay nada seguro; debo darme prisa, porque ya tengo 70 años y no tanto tiempo ni memoria”.

Además de los testimoniales, Lavista confirma la existencia de La estatua de Condillac, novela inédita e inacabada de Salvador Elizondo que empezó a escribir a finales de los setentas. Por ahora falta trabajar la pieza y decidir al editor.

Al margen de ello, la fotógrafa siente que falta mejorar la circulación de la obra de su esposo y adelanta que tiene en mente preparar una edición conmemorativa de Elsinore para 2018, año en que la novela cumplirá 30 años.

“Necesito hablar con el Fondo de Cultura Económica, porque quisiera que estuvieran más al pendiente. Quiero dejar sus libros con ediciones bonitas y apartados donde se cuente la génesis de cada uno…Todavía tengo muchas cosas por contar”.