Salvar al planeta, el gran desafío

El reto es comenzar a sembrar 7.8 billones de árboles de aquí a 2020

Martha Mejía
Política
Planeta Tierra
Foto: freepik

A 46 años de que la ONU proclamó el Día Mundial de la Tierra para crear conciencia entre la población de la necesidad de ejercer acciones que cuiden y mejoren el entorno ambiental, hoy existen problemas más complejos que en 1970.

La Organización de Naciones Unidas (ONU) reconoce que para alcanzar un justo equilibrio entre las necesidades económicas, sociales y ambientales de las generaciones

presentes y futuras es necesario promover la armonía con la naturaleza y el planeta, por lo que designó al 22 de abril Día Mundial de la Tierra como una forma de llamar la atención de todos sobre las condiciones del medio ambiente en el planeta.

Desde 1970 esta conmemoración comenzó a dar voz a movimientos e individuos que hacen suya la tarea de monitorear el entorno ambiental, denunciar las acciones que lo afectan de manera negativa y crear conciencia sobre los problemas ecológicos en el orbe.

Con el apoyo de gobiernos, partidos políticos y sociedad en general, se logró hacer desde 1990 de la conmemoración del Día Mundial de la Tierra un acontecimiento global, que aquel año movilizó a 200 millones de personas en 141 países y fortaleció temas ambientales como el reciclaje o el ahorro de agua y energía.

Para la celebración de este 2106 el lema es Árboles para la Tierra y el reto es comenzar a sembrar 7.8 billones de árboles de aquí a 2020, cuando se cumplirán 50 años del movimiento.

Hoy, 46 después de que inició el movimiento masivo, el Día Mundial de la Tierra continúa inspirando a millones de personas, generando pasión por la defensa del entorno y motivando a la acción… pero actualmente existen problemas ambientales más complejos que en 1970, siendo el desafío principal salvar al planeta.

Cambio climático

Son los cambios o modificaciones que se producen a diversas escalas de tiempo y parámetros climáticos: temperatura, precipitaciones y nubosidad, entre otros.

En teoría se deben tanto a causas naturales como antropogénicas. No obstante, la quema indiscriminada de combustibles fósiles, carbón, petróleo y gas natural han provocado un calentamiento de 4°C durante este siglo, modificando el clima de grandes regiones del planeta e incrementando el nivel de las aguas de los océanos.

En consecuencia, ciclones y huracanes más frecuentes y poderosos, así como inundaciones y sequías más numerosas e intensas atacan con mayor fuerza a México y al mundo. Carlos Galindo, director de Comunicación de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), indica que a menudo estamos viendo catástrofes ambientales en diversas zonas: sequías en el norte e inundaciones en el sur, lo cual “tiene que ver con el deterioro ambiental”. Las consecuencias del cambio climático pueden ser fatales para la población. Según expertos en el tema, las desertificaciones e inundaciones provocadas por los daños al medio ambiente provocarán que millones de personas tengan que abandonar sus casas en los próximos años. Se calcula que para 2050 casi 200 millones de personas se encontrarán en esa situación.

Acuerdo de París

En diciembre pasado más de 200 países aprobaron en París, Francia, el primer acuerdo universal de lucha contra el cambio climático, en el que de manera histórica tanto naciones desarrolladas como en desarrollo se comprometen a gestionar juntas la transición hacia una economía baja en carbono. Lograr este acuerdo costó dos décadas de cumbres del clima y doce meses de los más intensos esfuerzos diplomáticos “que se hayan hecho en la historia”, según la ONU.

El acuerdo de la COP 21 tiene como objetivo “mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2 grados centígrados respecto de los niveles preindustriales”, aunque los países se comprometen a llevar a cabo “todos los esfuerzos necesarios” para que el alza no rebase los 1.5 grados y evitar así “los impactos más catastróficos del cambio climático”. Para ello cada país se compromete a tomar las medidas necesarias a nivel nacional para cumplir lo que dice en su contribución; y los que quieran podrán usar mecanismos de mercado, es decir, compraventa de emisiones para cumplir sus objetivos. Para garantizar que se alcanza el objetivo de aumentos menores a 2 grados, la primera revisión de las contribuciones nacionales tendrá lugar en 2018 y la primera actualización de las mismas en 2020.

El acuerdo alcanzado en París señala también que no habrá sanciones, pero existirá un comité de cumplimiento que diseñe un mecanismo para garantizar que todo el mundo hace lo prometido y advertir antes de que expiren los plazos si están o no en vías de cumplirse. Además, los países se comprometen a lograr “un equilibrio entre los gases emitidos y los que pueden ser absorbidos”; es decir, no se pueden lanzar más gases que los que el planeta pueda absorber por sus mecanismos naturales o por técnicas de captura y almacenamiento geológico.

El acuerdo también compromete a los países desarrollados a contribuir a financiar la mitigación y la adaptación en los Estados en desarrollo y anima a otras naciones que estén en condiciones económicas de hacerlo a que también aporten voluntariamente.

No obstante, la mayor parte de las responsabilidades de financiación no está en el acuerdo sino en la decisión que lo desarrolla, que no es obligatoria, donde dice que las naciones ricas deberán movilizar un mínimo de 100 mil millones anualmente desde 2020, así como revisar al alza esa cantidad antes de 2025.

“México está listo para hacer frente a uno de los retos más importantes a los que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI: el cambio climático”, indica al respecto el titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Rafael Pacchiano Alamán. “Tenemos una Ley General de Cambio Climático desde 2012, una estrategia que define los pasos a seguir a largo plazo (20, 30 y 40 años), un programa especial, un sistema nacional, un Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC), una reforma energética que nos permite crecer y, al mismo tiempo, reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), además de un marco institucional y un marco normativo ambiental avanzado”, puntualiza.

En este contexto la siguiente meta de México para 2030 es la reducción de 22% de sus GEI y 51% de los contaminantes de vida corta, como el carbono negro.

Escasez de agua

De acuerdo con un nuevo estudio publicado en la revista Science, dos tercios de la población mundial, es decir, cuatro mil millones de personas, experimenta una grave escasez de agua durante al menos un mes al año. Mesfin M. Mekonnen y Arjen Y. Hoekstra, autores del artículo, detallan que de los cuatro mil millones que viven con escasez de agua en el mundo la mitad radica en India (mil millones) y China (900 millones). El resto de las poblaciones importantes se localizan en Bangladesh (130 millones), Estados Unidos (130 millones), Pakistán (120 millones) y Nigeria (110 millones), entre otros. De acuerdo con la investigación, el aumento de la población mundial, la mejora del nivel de vida, el cambio de patrones de consumo y la expansión de la agricultura de riego son las principales razones de la creciente demanda mundial de agua.

La falta de agua limpia y segura, para beber y para usos sanitarios, también representa una de las amenazas más grandes a la salud, ya que cada año esta condición contribuye a la muerte de dos millones de personas, principalmente niños, según reportes de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Pese al panorama internacional en cuanto al cambio climático, en México, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) asevera que está preparada para el reto, ya que tiene almacenada suficiente agua para abastecer a la población y al sector agrícola aun si este año resultara uno de lluvias escasas.

De acuerdo con Roberto Ramírez de la Parra, director general de la dependencia, actualmente tenemos agua para abastecer a la población en todo el territorio nacional, ya que existe desde 2013 una política de almacenamiento de agua en el país.

“Una de las políticas que tomamos al inicio de esta administración es, precisamente, aprovechar que hemos tenido muy buenos años de lluvia, por arriba del promedio en los últimos tres (2013, 2014 y 2015), para poder administrar mejor el agua; es decir, para tener un mayor almacenamiento y una mejor distribución que nos garanticen que podamos dar a la población un abasto suficiente”, señala el titular de la Conagua.

La agricultura es el mayor consumidor de agua a nivel mundial: representa 70% de las extracciones, aunque esta cifra varía considerablemente entre países.

En México, de cada 100 litros de agua empleados 77 son de uso agropecuario. Hoy en el territorio nacional existen 30 millones de hectáreas agrícolas, de las cuales 6.4 millones son de riego y el resto de temporal, según datos de Numeragua México 2015, por lo que debemos de ser muy conscientes en cuanto a nuestro consumo, indican los especialistas. Dentro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) acordados por las Naciones Unidas en 2000, la meta central fue reducir a la mitad para 2015 a la población que en 1990 no contaban con acceso a fuentes de abastecimiento de agua potable y servicios de saneamiento higiénicos. Hasta 2015, a escala mundial, se cumplió la meta para el acceso a fuentes de abastecimiento seguras. Lamentablemente, el acceso a servicios de saneamiento higiénicos no pudo cumplirse, ya que dos mil 400 millones de personas carecen aún de saneamiento higiénico en el mundo.

En México, de acuerdo con el quinto y último Informe de Avances 2015 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, la meta sobre la reducción de consumo hídrico no se logró debido principalmente a la sobreexplotación, la sobreconcesión, la contaminación y la falta de estímulos para la conservación y buen uso del líquido.

El reto ahora es definir los siguientes objetivos y focalizar la atención mundial en el agua y el saneamiento, de acuerdo con la ONU.

Pérdida de la biodiversidad

A pesar de que México es considerado como un país megadiverso, puesto que posee casi 70% de la diversidad mundial de especies animales y plantas, hay 49 especies extintas, entre las que se encuentra el lobo mexicano y 475 en peligro de extinción, como el ajolote. Las principales causas de la amenaza a la biodiversidad son la alteración del hábitat, comúnmente por un cambio de ecosistemas, y el avance de la frontera agrícola, ya que cada vez se destruyen más ecosistemas silvestres para ocupar esos territorios con monocultivos. Pero también su caza y su tráfico ilegales crecen día a día bajo el cobijo de algunas modas. De acuerdo con la Conabio, otras especies extintas en México son el oso pardo, la paloma de la Isla Socorro y el pez de agua dulce cachorrito potosí.

Mientras que el ajolote, el jaguar, la vaquita marina, el manatí, la guacamaya roja, la tortuga caguama y la orquídea son algunas de las dos mil 600 especies animales y vegetales que están en riesgo de desaparecer, según la norma 59 emitida por la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

De acuerdo con el último Informe de Avances 2015 de los ODM elaborado por el gobierno federal, el indicador sobre la proporción de animales en peligro de extinción no tuvo información confiable que pudiera determinar si México cumplió la meta de revertir el número de especies amenazadas. “No es posible reportar una tendencia en el indicador debido a que la evaluación del estado de las poblaciones silvestres, para determinar si una especie se incluye o no en la lista de especies en riesgo (NOM-059-Semarnat- 2010), es un proceso complejo y la información disponible no permite tener datos históricos”, indica.

Seguridad alimentaria y desertificación

La seguridad alimentaria de México, al igual que la del resto del mundo, está en riesgo debido a que cada año desaparecen 24 mil millones de toneladas de suelo fértil, es decir, casi un tercio de las tierras del planeta se encuentra amenazado por la deforestación y la desertificación. De acuerdo con una investigación realizada por el Laboratorio Nacional para la Agricultura y el Medio Ambiente de Estados Unidos, la producción alimentaria deberá duplicarse en los próximos 35 años para alimentar a una hecpoblación mundial de nueve mil millones de habitantes en 2050. “En la medida en que se pierde suelo fértil los alimentos escasean, se producen en menor cantidad y a costos más altos, de tal manera que mucha gente de escasos recursos no puede pagarlos, por lo que se pone en riesgo la seguridad alimentaria”, señala Ramón Cardoza Vázquez, gerente de Suelos de la Comisión Nacional Forestal (Conafor).

Los bosques ayudan a mantener el equilibrio ecológico y la biodiversidad, limitan la erosión en las cuencas hidrográficas e influyen en las variaciones del tiempo y en el clima. Asimismo, abastecen a las comunidades rurales de diversos productos, como la madera, alimentos, combustible, forrajes, fibras o fertilizantes orgánicos.

De acuerdo con la Semarnat, en las zonas de agricultura y bosques del país se concentra 25% de la población, sobre todo indígena, y los principales centros de conservación de la biodiversidad y casi 23% del agua captado a nivel nacional, pero en esas zonas también se emite aproximadamente 10% del total de GEI.

Cuatro actividades humanas constituyen las causas más directas de la desertificación: el cultivo excesivo que desgasta los suelos; el sobrepastoreo y la deforestación, que destruyen la cubierta vegetal que protege el suelo de la erosión; así como los drenajes inapropiados de los sistemas de irrigación que provocan la salinización de los suelos.

“El campesino cultiva en el suelo, pero carece de prácticas para conservarlo; entonces el área, como ya no tiene vegetación ni cultivos, está desprotegida; el agua arrastra ese suelo o ladera y se lo lleva a los ríos, lagos, lagunas o incluso al mar. De tal manera que los suelos dejan de producir y se causa otro problema, que es el desazolve de las presas, pues a medida que los suelos llegan ahí menos agua hay, y eso ocasiona que los alimentos salgan más caros: es una cadena”, señala. De acuerdo con la Conafor 64% de los suelos en México tiene algún tipo de degradación. La mayor tasa de pérdida de cobertura de bosques y selvas se registró en años previos a la década de los ochentas como resultado de una política que fomentaba la conversión de estos, considerados en ese entonces como no productivos, a superficies destinadas al uso agrícola o pecuario, creándose incluso una Comisión Nacional de Desmontes para alcanzar estos fines.

“Sin embargo, esta tasa de pérdida se ha ido reduciendo; de acuerdo con Conafor, la deforestación neta anual fue de 235 mil hectáreas por año en el periodo 2000-2005, mientras que de 2005 a 2010 disminuyó a 155 mil hectáreas anuales”, indica el quinto y último Informe de Avances 2015 de los ODM. No obstante, el reporte también admite que debido “al crecimiento de la población, lo que demanda mayores recursos, además de que la población rural ha transformado las zonas boscosas en superficies dedicadas a las actividades agropecuarias”, no fue posible alcanzar esta meta de desarrollo en 2015.

De ahí la importancia de Árboles para la Tierra, tema de este año del Día Mundial de la Tierra, puesto que se pretende sembrar alrededor del mundo 7.8 billones de árboles para 2020. Plantar tal cantidad de árboles tiene tres objetivos: el primero es mitigar el cambio climático y la contaminación, ya que los árboles absorben el exceso de CO2, los olores y gases contaminantes como óxidos de nitrógeno, amoniaco, dióxido de azufre y el ozono. El segundo es proteger la biodiversidad, ya que la plantación de árboles adecuada ayuda a contrarrestar la pérdida de especies. Y, por último, apoyar a las comunidades y sus medios de vida, considerando que sembrar árboles ayuda a las comunidades y ejidos a lograr la sustentabilidad económica y ambiental a largo plazo y proporcionar alimentos, energía e ingresos y beneficios sociales.-