Trump: nosotros no, él sí

La vehemencia de Trump respecto de nuestro país no ha sido analizada con frialdad

Carlos Ramírez
Columnas
Candidatos Republicanos
Foto: NTX

La primera reacción formal del gobierno mexicano hacia la consolidación de Donald Trump como casi seguro ganador de las primarias republicanas fue el reacomodo en la embajada en Estados Unidos y en el área de América del Norte de la cancillería.

Y si bien mostró la preocupación por el rumbo electoral estadunidense, el enfoque pudo no haber sido el necesario: Trump, Hillary Clinton y EU no son un problema migratorio o consular de México, sino un asunto —el número uno— de seguridad nacional.

La relación bilateral México-EU ha tenido, en lo general, tres etapas: la del conflicto histórico del siglo XIX, la de jugarle con las cartas tapadas del sistema político ofreciendo al PRI como el gestor de los intereses del imperio y la de la integración económica con el tratado de libre comercio.

En ninguna de las tres aplicó México su doctrina de seguridad nacional ante el vecino acosador.

La vehemencia de Trump respecto de nuestro país no ha sido analizada con frialdad. Si él cumpliera con todas sus amenazas contra México, la crisis económica, política, social, geopolítica y de dominación imperial de EU no se resolvería, porque México no es factor determinante en la definición del poder hegemónico declinante de Washington.

Los desafíos reales de EU son otros: la crisis de Europa, la reconstrucción de la madre Rusia por Putin, el expansionismo chino, el activismo árabe y el terrorismo radical musulmán, las tentaciones nucleares y los neopopulismos latinoamericanos. Si Trump sacara a México de la realidad estadunidense, el imperio crearía otro problema mayor.

2017-2020

El tono de las preocupaciones de Trump sobre México no es nuevo. Se parece o es continuidad del que aplicó el equipo de Ronald Reagan en su campaña y los primeros años de su administración (1981-1989): el análisis de un funcionario de la CIA, Constantine Menges, de que la crisis social de México era otro Irán —el de la revolución del ayatola— en la puerta sur del imperio. Por eso Reagan le apretó las tuercas a México y le pidió a la CIA fabricar análisis que pusieran a México al borde de una revolución, como lo reveló Bob Woodward en su libro Velo: las guerras secretas de la CIA.

Los priistas del periodo 1958-1976 vieron a EU como un asunto de seguridad nacional, pero prefirieron eludir el conflicto geopolítico de la guerra fría; la fase de integración comercial pasó por la revisión de los libros de texto para depurar los señalamientos de que los norteamericanos “nos robaron” la mitad del territorio. Clinton y Obama vieron a México como un país irrelevante para sus intereses de seguridad, quizás inquietos por la ruta de migrantes como sendero terrorista y ahora preocupados por la violencia criminal que hasta ahora no se ha exportado.

Trump encontró en el issue México un factor electoral; por eso endureció su discurso para conseguir votos y poner la agenda, para luego jugar el 5 de mayo con las expectativas al sentarse a comer un taco bowl para la foto como las que acostumbraba George Bush Jr. La agenda México le sirvió a Trump para despertar a los sectores conservadores radicales, que siguen siendo mucho y que podrían, a su manera de ver, neutralizar el voto hispano.

El periodo 2017-2020 será decisivo para que EU salga de su crisis o reviente en su papel imperial. Y ahí México cuenta nada. Eso sí, Estados Unidos se coloca como el problema número uno de seguridad nacional de México.