La ex Dilma Rousseff

Es un hecho que el gobierno que encabezó la presidenta cometió errores y falsedad en la presentación de cuentas públicas

Juan Gabriel Valencia
Columnas
Dilma Rousseff
Foto: NTX

En política las alianzas cuentan. Esto lo dijo Carlos Salinas de Gortari en medio de su campaña presidencial y se comprometió en algunos casos con aliados, por llamarles de alguna manera, improbables. Y a lo largo de su sexenio cumplió con los compromisos adquiridos. Y eso en una época en la que el presidente, dadas las características del sistema mexicano, no tenía demasiado de qué preocuparse por el lado del Poder Legislativo debido a la mayoría con la que contaba en el Congreso el partido gobernante, su partido.

En un sistema presidencialista dividido, donde el Ejecutivo no cuenta con mayoría en el Poder Legislativo, hay que ser sumamente cuidadosos y pulcros en el desempeño y observar puntualmente los compromisos adquiridos con los aliados políticos. Eso es lo que no hizo la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff.

Si bien el clima de la opinión pública brasileña es antagónico a la corrupción gubernamental y en particular a los manejos del PT, el partido de la hoy presidenta suspendida, ni los peores enemigos de la Rousseff han argumentado que haya cometido ella algún delito relacionado con la deshonestidad y los sobornos en que presuntamente incurrieron algunos de sus más distinguidos correligionarios.

Es un hecho que el gobierno que encabezó la presidenta cometió errores y falsedad en la presentación de cuentas públicas. Si fueron equivocaciones o hubo dolo, ya es lo de menos. El hecho es que si tenía el flanco políticamente abierto de haberle dado la espalda en decisiones fundamentales a sus aliados de otros partidos, en especial al vicepresidente, integrante del principal partido opositor el PMDB, dominante en el Congreso, fue muy poco prudente su actitud. En política las alianzas cuentan y la pertinencia ideológica y justiciera de un programa no puede justificar el que se haga a un lado el oficio político y el cumplimiento de compromisos recíprocamente contraídos, legales o metalegales.


Se equivoca Dilma Rousseff al sostener que no se trata de un juicio político sino de un golpe de Estado. Sería tanto como sostener que la Constitución brasileña tiene interconstruida la mecánica institucional de un golpe.

Atención

Conocida por su fidelidad de la izquierda brasileña, también es reconocida por su incapacidad para escuchar y llegar a acuerdos. Sus opositores tienen más de 20 años de una trayectoria centristas y pragmática, si se le quiere ver afirmativamente, u oportunista, si se le prefiere descalificar.

Pero se acostumbraron a que sus aliados obsequiaban lealmente los compromisos contraídos. Con predominio en el Poder Legislativo era previsible que aprovecharían cualquier error, no necesariamente un delito, como fue el caso de la “contabilidad creativa” del gobierno de Dilma Rousseff para ajustar cuentas y actualizar la realidad de la correlación de fuerzas en el poder de Brasil.

Es evidente que hay intencionalidades ulteriores, como lo es el obstaculizar la muy probable candidatura presidencial de Luiz Inácio Lula da Silva en 2018, de quien su principal operadora era y seguirá siendo Dilma Rousseff. Pero el gobierno del PT puso la mesa y los opositores solamente se sirvieron.

Otra lección: en un régimen presidencialista no se le puede agitar el dedo en la boca a la oposición legislativa si el partido gobernante carece de mayoría. Atención México en 2018.