El redescubrimiento de la Plaza de la Luna

Por primera vez se sabe que el espacio abierto no necesariamente está vacío de evidencia arqueológica

Hector González
Todo menos politica
Plaza de la Luna
Foto: NTX

Sobre Teotihuacán no todo está dicho: hoy arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) exploran por primera vez las entrañas de la Plaza de la Luna y recientemente hicieron público el descubrimiento de fosas en cuyo interior se hallan estelas lisas de piedra verde, conductos que marcan al centro de este espacio los rumbos del Universo y una serie de horadaciones que contenían cantos de río, un código simbólico que los antiguos teotihuacanos elaboraron en las primeras fases de la urbe hace mil 900 años.

Verónica Ortega Cabrera es la directora del proyecto encargado de la investigación. “Nos encontramos frente a un nuevo ombligo de la ciudad; frente a un nuevo centro cósmico”, explica.


El objetivo de la misión es indagar en el corazón de la Plaza de la Luna, un sector de suma importancia dentro de la antigua metrópoli, en el que desemboca, al norte, la Calzada de los Muertos, el gran eje del espacio sagrado de la gran ciudad del Altiplano Central.

Por ahora las excavaciones se han enfocado frente al edificio adosado de la Pirámide de la Luna, en la llamada Estructura A, un patio cerrado de 25 metros por lado y con diez pequeños altares dentro de él.


Las tareas intentan indagar qué yace en el subsuelo de esta edificación, en busca de los orígenes del espacio ritual de la Plaza de la Luna, y que debió ser muy distinto a lo que ahora ve el visitante.

A partir de pozos de sondeo realizados en la Estructura A y en la parte central de la Plaza de la Luna, más los resultados de estudios del subsuelo obtenidos con base en el uso de radar de penetración terrestre, los arqueólogos han comenzado a reconocer una serie de alteraciones hechas por los teotihuacanos, que daba a esta área una imagen muy distinta a la que hoy se observa: la de una plaza delimitada por 13 basamentos y la Pirámide de la Luna, arquitectura que fue levantada en las fases finales de Teotihuacán (350-550 dC.).

“La Plaza de la Luna no era como la vemos actualmente. Estaba llena de hoyos, canales, estelas… Los edificios quedaban mucho más retirados y la Pirámide de la Luna era de menores dimensiones”, añade Ortega Cabrera.

“El tepetate que conforma la superficie de la Plaza de la Luna fue modificado”, dice.

Semejante a la cara de un queso gruyer, continúa, “se han identificado más de 400 oquedades usadas a lo largo de cinco siglos, pequeños hoyos de 20-25 centímetros de diámetro y cuyas profundidades oscilan los 30 centímetros; estos se hallan en toda la extensión de la plaza, aunque se concentran más en ciertas áreas. En muchos de ellos había piedras de río, traídas de otro lugar”.

Vestigios del inframundo

Los trabajos se realizaron durante cinco meses en 2015 y este año se retomaron a inicios de abril para confluir a fines de julio próximo. El hallazgo de las primeras fosas en el subsuelo de la Estructura A se suscitó con la excavación de pozos de sondeo para identificar la secuencia constructiva de esta sección de la plaza.

“Años atrás el arqueólogo Otto Schöndube dijo que la Estructura A tenía una planta que semejaba a un ‘quincunce’ o ‘cruz teotihuacana’ que está asociada a un orden cosmológico, pero no había más elementos para entender esto. Cuando hallamos estas fosas y las estelas de piedra verde empezamos a generar la idea de que efectivamente fue un espacio con una carga simbólica que une la parte subterránea, el inframundo, con el plano celeste”, detalló.

Hasta el momento —ya que es posible que en futuras excavaciones se encuentren más— se han ubicado cinco estelas completas dentro de fosas, un par de ellas juntas. Las alturas y pesos de las estelas varían de 1.25 a 1.50 metros y de los 500 a los 800 kilos. A la espera de los análisis que el doctor Emiliano Melgar efectúa en el Taller de Arqueología Experimental en Lapidaria del Museo del Templo Mayor, es posible que la piedra con que fueron hechas provenga de la región de Puebla, al igual que otra decena de estelas halladas en Teotihuacán.

Las estelas se posan en espacios de 60 cm y los 3.50 y 4 metros de profundidad. De acuerdo con Verónica Ortega, las fosas dentro de las que están debieron ser excavadas desde las primeras etapas de la ciudad, alrededor del año 100 dC., justo en el momento en el que se edificaba la Pirámide del Sol y cuando se levantaba la primera etapa constructiva de la Pirámide de la Luna.

Este sistema de fosas debió perdurar al menos 500 años, porque hay evidencias y rellenos de material cerámico de que, alternativamente, fueron abiertas y selladas. También es probable que las estelas dispuestas en su interior originalmente estuvieran en alguno de los templos que coronaban los basamentos de la plaza “y que en un momento dado los teotihuacanos decidieron darles un espacio final. Las estelas eran usadas para sacralizar el espacio o legitimar el poder asignado a las deidades”.

Ortega Cabrera prevé que aún falta comprender los descubrimientos y la totalidad de la zona. La piedra verde es de suma importancia por su vinculación con las deidades acuáticas, toda vez que en la Plaza de la Luna se han encontrado las esculturas más grandes de la diosa de la fertilidad Chalchiuhtlicue y es probable que el culto en este lugar estuviera íntimamente relacionado con ella.

El equipo del INAH tuvo la oportunidad de ampliar las excavaciones hacia el centro de la Plaza de la Luna y se percató de que toda la superficie tiene modificaciones previas al piso final. “Hay una gran cantidad de oquedades; es probable que como parte de un programa simbólico, ceremonial, ritual, la gente llegara a este espacio abierto y depositara cantos de río en estas horadaciones, tal vez con la idea de propiciar la fertilidad”.

Otro hallazgo relevante fue la ubicación, a escasos 10 cm de profundidad, de dos canales asociados al altar central de la Plaza de la Luna. Verónica Ortega anotó que estos conductos tenían igualmente una función simbólica y no como desagüe. Ambos parten —respectivamente— de las escalinatas norte y sur del altar, hacia esos puntos cardinales, y alcanzan una longitud de 25 metros, abarcan entre 1.50 y 2 metros de ancho, y tienen una profundidad de hasta 3 metros.

Salvo las excavaciones hechas en la Pirámide de la Luna y en el Conjunto del Quetzalpapálotl, estas son las únicas exploraciones realizadas en la Plaza de la Luna, porque los trabajos encabezados por el arqueólogo Ponciano Salazar en los sesentas estuvieron abocados a la liberación y restauración de los edificios de este espacio.

“Por primera vez se sabe que el espacio abierto no necesariamente está vacío de evidencia arqueológica. En general, los espacios públicos de Teotihuacán, La Ciudadela y las plazas de las pirámides del Sol y la de la Luna tuvieron un simbolismo más allá del que vemos al final como un programa arquitectónico, urbanístico. Tal vez para sacralizar esos espacios hicieron este tipo de modificaciones. En verdad hay todo un inframundo por conocer”.