Batallas del Teatro Lírico

La historia habla de estrenos semanales bajo la premisa: “Ni una vieja ni una fea”

Alberto Barranco
Columnas
Teatro Lírico
Foto: Cuarto Oscuro

Refugiada la ira popular en las butacas de los teatros, la catarsis se volvía rutina, sketch, morcilla, albur... A luneta llena, los partidarios de mi general Juan Andrew Almazán. A gayola a reventar, los de mi general Manuel Ávila Camacho.

Y de pronto, en la cumbre de la revista musical Lo que nos espera, dirigida por Manuel Castro Padilla El Güero, padre del actor que heredó apellido y apodo, los histriones aparecían con un títere en mano… vestido de militar.


Y las verdades salían a flote con la misma furia que las mentadas del respetable, que a veces se volvían jitomates, huevos podridos, pintura, botellas… y que en una de esas hasta cohetes.

La lluvia bañaba al cantante Néstor Mesta Chaires, obligado a interpretar Pancho Villa y Almazán, por más que su género era lo español.


El infierno en función de moda del Teatro Lírico.

De la comedia, empero, un día se llegó al drama.

Salía el compositor Castro Padilla del viejo teatro inaugurado el 10 de agosto de 1907 por el maestro Justo Sierra, entonces ministro de Instrucción Pública de don Porfirio, cuando lo atrapó una manifestación avilacamachista.

Reconocido por la turba como el autor de la revista musical de la discordia, las piedras volaban hacia todos los rincones de su cuerpo.

Dos meses después moriría por las heridas recibidas.

Y el Teatro Lírico, unas semanas antes de la elección presidencial, sería clausurado.

El “he dicho” del jefe del Departamento del Distrito Federal, Raúl Castellano, hablaba de propaganda “ostensiblemente tendenciosa a favor de uno de los candidatos”.

Adiós

El Teatro Lírico, alguna vez Concordia, otra María Teresa Montoya, una más Folies Bergère, para regresar al principio, sin embargo viviría muchos años más. De hecho, aún está casi intacta su fachada hacia la Calle Cuba… ocultando las ruinas del resto.

Dicen que pronto regresaría con su rataplán en sustitución del bataclán. El toque mexicano que nació en el fragor de los veintes y se volvió epopeya con Delia Magaña, Reyna Vélez, hermana de Lupe, Carmen Montoya, la Negra Camacho…

La historia habla de estrenos semanales bajo la premisa: “Ni una vieja ni una fea”.

Edificado por el arquitecto Manuel Torres Torrija a imagen y semejanza del Teatro Renacimiento, luego Virginia Fábregas, en el Lírico se estrenaría la obra de teatro de Luis G. Basurto que convocara al escándalo de las buenas conciencias: Cada quien su vida.

Y a la muerte, a fuego lento del Teatro Principal, el Panzón Roberto Soto se refugiaría como empresario del Lírico. La revista mexicana en todo su esplendor: Desnudos para familias, Las Girls de Los Ángeles

Fuera el afrancesamiento.

Luneta dos pesos; gayola uno.

Y Jesús Martínez Rentería, Palillo, peleó como fiera para que debutara en el teatro de la Calle Cuba un cantante que apenas prometía llamado Pedro Infante Cruz.

Y Tin Tan y su carnal Marcelo alternaban a dos caídas sin límite de tiempo con Don Roque, el muñeco de Paco Miller, mientras María Victoria ondulaba su cuerpo de guitarra para cantar quedito, al oído del respetable.

Se nos murió el Teatro Lírico.