La historia de un rostro eterno

A través de su rostro se observa buena parte de la historia reciente del cine nacional

Hector González
Todo menos politica
Max Kerlow Jinich
Foto: Cortesía

Hay artistas que se curten en el oficio y cuyo respeto se gana sobre el ring, ajenos a los grandes reflectores, los titulares, los escándalos y la fama, esa fama fatal, pasajera y que cobra caro las facturas: a ellos les sobrevive el trabajo. Y entre ellos habría que ubicar a Max Kerlow Jinich, actor fallecido el pasado 5 de julio en la Ciudad de México.

A través de su rostro se observa buena parte de la historia reciente del cine nacional. El histrión pertenece a la erróneamente conocida categoría de artistas de reparto o de soporte, donde se suele incluir a talentos como los de Miguel Inclán o Domingo Soler, intérpretes sin los cuales los protagonistas no habrían rozado la gloria ni las historias no serían dignas del reconocimiento.

En el caso de Max Kerlow los botones de muestra no son pocos. En Frida. Naturaleza viva, de Paul Leduc, su desempeño como León Trotsky alcanzó niveles delirantes, acordes a la complejidad del líder de la Revolución rusa.

En el polo opuesto se ubica su participación en Por si no te vuelvo a ver, de Juan Pablo Villaseñor, cinta que aborda el tema de la vejez y donde encarnó a Gonzalo, un entrañable anciano. Su actuación lo llevó a ganar el Premio Ariel en la categoría de Coactuación Masculina.

Historia de película

Su biografía, no obstante, es aún más fascinante que sus actuaciones. Su hija, la artista Carolina Kerlow, supo apreciarlo y le dedicó el documental Cada cosa tiene su historia, transmitido el pasado 7 de julio por Canal 22.

Entre las 15 horas de entrevistas con el artista la realizadora ofrece una pieza de 57 minutos donde muestra un relato íntimo de Max Kerlow.

El filme, además de ser un testimonio de vida, muestra al personaje en todas sus aristas: notable conversador, hombre de memoria prodigiosa y humildad a prueba de balas.

Nos descubre a un artista cuya primera aspiración iba por el lado de la pintura. A principios de los cincuentas estudió Arquitectura en la UNAM y poco después se dedicó a promover artesanías con artistas plásticos como Manuel Felguérez y Felipe Ehrenberg, uno de sus primeros ayudantes.

Con Felguérez ideó una línea de cerámica diferente y con Ehrenberg inventó una técnica para la pintura en papel amate, misma que luego enseñó a indígenas en las instalaciones de su café-galería La Amargura, ubicado en la calle homónima del barrio de San Ángel.

Como pintor únicamente montó una exposición, pese a que todos los días dibujaba y hacía caricaturas a partir de las noticias de los periódicos: “Uno acaba ya más o menos con posibilidades de hacer lo que uno quería aunque, como decía Picasso, en esta edad es cuando más ganas tiene uno de hacer cosas; siento que uno las entiende mejor, sabe mejor lo que quiere hacer, pero ya es demasiado tarde”, reconoce en el documental de Carolina Kerlow.

Amplia filmografía

Amigo de Paul Leduc, Felipe Cazals, José El Perro Estrada y Arturo Ripstein, supo demostrar sus dotes naturales para la interpretación. “Me invitaban a las fiestas a veces nada más para contar chistes: tengo mi diploma de contador de chistes”, decía. Trabajó también con el chileno Miguel Littin. “Cuando me dijo: ‘Nos vamos a Chihuahua a filmar Actas de Marusia (1975), yo aprovechaba para llevar mis catálogos y vendía muy bien mis artesanías”, cuenta entre risas a su hija.

Quiso el tiempo y el destino guiarlo por los terrenos de los sets y los foros, antes que por los senderos de la plástica. A fuerza de tesón y disciplina labró una trayectoria que lo llevó a participar en varias de las películas mexicanas más notables de los últimos 50 años: Reed. México insurgente (1973), El apando (1975), Las poquianchis (1976), Frida, naturaleza viva (1983), Bandidos (1991), Cabeza de Vaca (1991), Por si no te vuelvo a ver (2000), La hija del caníbal (2003), Un mundo maravilloso (2006), Morirse está en hebreo (2007) y Cinco días sin Nora (2008), entre otras.

Su profesionalismo y calidad motivaron al director italiano Gabriele Salvatores a invitarlo a ser parte del filme Mediterráneo, ganador del Óscar a Mejor Película Extranjera en 1991.

Artista redondo y de la vieja guardia, la figura de Max Kerlow será recordada por su trabajo más que por cualquier otra cosa. Desde el bajo perfil, y en ocasiones desde el anonimato, el actor calza a la perfección en la máxima bíblica de Mateo: “Por sus obras los conoceréis”.