Hacia el cuarto año de gobierno

Si observamos los ajustes hechos al gabinete presidencial se trata de rotaciones de los mismos funcionarios

Javier Oliva Posada
Columnas
Enrique Peña Nieto
Foto: Presidencia de la República

Con esta entrega inicio una serie de reflexiones en torno del desempeño de la presidencia de Enrique Peña Nieto, no solo respecto de lo sucedido en los últimos doce meses sino, desde luego, en lo concerniente al total del tiempo transcurrido desde diciembre de 2012: desde entonces muchos acontecimientos, leyes, procesos electorales y situaciones internacionales han dejado huella en nuestro México.

En un régimen presidencialista la estructura vertical y concentradora del titular del Poder Ejecutivo, en esta o cualquiera otra administración, condiciona y orienta la forma de ejercer el liderazgo en el resto de las organizaciones. Si se delega con confianza, si se concentra el poder en el círculo de amigos, si hay espacio para el talento aun fuera del ámbito inmediato del tomador de decisiones, entre otras, son cosas que sirven también para entender los criterios con los que se adopta tal o cual determinación.


La lógica del presidente de la República en turno es fundamental para analizar qué piensa de sí mismo respecto de su paso a la historia del país.

Así que haciendo un repaso de cómo y en qué sentido se toman las decisiones en el entorno y por sí mismo, el presidente Enrique Peña Nieto ha sido notable y consistentemente guiado por su sentido de confianza personal. Los antecedentes se remontan a su paso por el sistema político del Estado de México, de donde procede la parte sustancial y principal de su equipo. Esto, aunque por supuesto no es nuevo, sí lo es en cuanto luego de cuatro años se persiste en ese criterio a todas luces subjetivo a la vez que excluyente.

La cantidad de desafíos que ha enfrentado —y que enfrentará— el país en la gestión 2012-2018 no ha sido considerada lo suficientemente peligrosa como para ponderar la inclusión o el establecimiento de alianzas duraderas con otros grupos del PRI y de la burocracia; menos aún con otros partidos políticos y segmentos de la sociedad.

Si observamos los ajustes hechos al gabinete presidencial se trata de rotaciones de los mismos funcionarios, salvo algunas mínimas excepciones. No hay propiamente incorporaciones. Y esta es una de las más antiguas y complejas formas de decidir en la política mexicana.

Dinámica

El desequilibrio generado por la concentración en la élite de cualquier estructura organizativa puede, con el paso del tiempo, desarrollar naturales fuerzas orientadas a abrir espacios para la inclusión, aun contando o a pesar con la resistencia del núcleo.

La política y la democracia, entre otras muchas definiciones y funciones, tienen como objetivo propiciar la movilidad de grupos y personas; de ideas y proyectos. Unos salen y otros entran; unos suben y otros bajan. Es la dinámica por completo inherente a la pluralidad y el debate.

Sin embargo, insistir en la impermeabilidad y la no consideración de distintos puntos de vista y suponer que la crítica es una evidencia de deslealtad da paso a un ambiente ficticio de estabilidad, certeza y, lo peor de todo, de infalibilidad.

El líder y guía de la Revolución de Octubre, creador de la Unión Soviética, V. I. Lenin, expresó en una de sus Cartas desde lejos (marzo de 1917) que quien no desee equivocarse no se meta en la política. Todos los tomadores de decisiones, alguna o varias veces se equivocan. La cuestión radica en tomar las lecciones que llevaron al equívoco para corregir. En estos cuatro años también, por supuesto, ha habido notables aciertos. El balance razonado se establece entre uno y otro aspecto: entre los aciertos y los errores.