Cuando los padres somos cómplices

El miedo a corregir a nuestros hijos ha sido la peor epidemia moral de fines del siglo XX y principios del XXI

Javier Oliva Posada
Columnas
Fernando Savater
Foto: Cuarto Oscuro

Con el muy extraño suceso en Puerto Vallarta, donde dos hijos de Joaquín El Chapo Guzmán Loera fueron privados de su libertad no obstante que uno de ellos tiene una orden de aprehensión por parte de la Procuraduría General de la República (PGR), de nueva cuenta apareció con incuestionable evidencia la relación de Kate del Castillo con el entorno de la familia de dicho criminal.

Como recordaremos, luego de un absurdo suceso que involucró a un actor menor de Estados Unidos, Sean Pean, se pretendía realizar una película de apología al crimen y sus fechorías, Del Castillo se vio más que comprometida por una serie de actitudes que tuvieron un elemental punto de partida equivocado: establecer una relación de cualquier tipo con criminales, al menos convierte a esa persona en parte de la cobertura para continuar delinquiendo.


En aquella primera ocasión el padre de Del Castillo, otro actor menor y de nombre Éric, salió de inmediato a defender a su hija aduciendo una serie de argumentos tan débiles como ejemplares de lo complejo que significa para nuestro país y sociedad tomar una actitud decidida para, al menos, reducir la pendiente de violencia que vivimos desde hace años.

Ahora, de nueva cuenta, ante la evidencia de una fotografía en el celular de uno de los vástagos de Guzmán Loera, él vuelve a argumentar manipulación y otra serie de cuestionamientos que lo único que producen es garantizar la indolencia e imposible justificación respecto de los evidentes malos pasos de Kate del Castillo.

En su necesaria obra El valor de educar, Fernando Savater nos recuerda que una de las funciones esenciales, si no es que la principal, en la corrección del camino del día a día es señalar los errores del educando y, sobre todo, estar dispuesto a corregirlo.

¿Qué tanto le costaría al padre de Del Castillo decir: “Espero que mi hija recapacite y modifique sus actos”? No es mucho pedir, me parece.

Principios

Pero en una sociedad como la nuestra, donde primero señalamos los “abusos” de la autoridad, ya sea el maestro o el policía, antes que reconocer los errores y tropelías de nuestros hijos, es constante la aportación negativa a los débiles cimientos con los que hemos construido el edificio de impunidad, clasismo, arbitrariedad y corrupción.

La incuestionable crisis de valores que vive México se profundiza conforme no estamos dispuestos a asumir la parte de responsabilidad que nos toca en la muy relevante tarea de educar a nuestros hijos, sea mediante el ejemplo, la plática o la convivencia, pero sobre todo con la disposición a corregir: son principios que incluso Platón, en La República, especificó como esenciales para la salud del Estado.

El miedo a corregir a nuestros hijos ha sido la peor epidemia moral de fines del siglo XX y principios del XXI. Los abundantes casos de sicópatas, criminales y estafadores, entre otras agresivas actitudes, tienen su origen en la familia y en el rol que los padres nos negamos a asumir para adoptar el camino fácil de dejar que hagan su voluntad y que sea la escuela donde se “corrijan”.

Pero esto, además de ser un evidente camino al fracaso, nos coloca en la ruta de persistir en la deformación cívica de futuros ciudadanos que están muy distantes de reconocer sus errores y excesos.

Cierro con esta frase del mencionado libro de Savater: “Cuanto menos padres quieren ser los padres, más paternalista se exige que sea el Estado”.

Y por tanto, agrego, menos ciudadanos somos todos, padres e hijos. La opción del crimen y otras actitudes desviadas aparecen con toda su negativa fuerza.