Juan Gabriel

Sin duda uno de los cantantes más populares y queridos en México, Latinoamérica, Estados Unidos y España

Masha Zepeda
Columnas
Juan Gabriel
Foto: NTX

La primera vez que vi a Juan Gabriel fue durante el verano de 1974, cuando mi abuela materna religiosamente veía Siempre en domingo por el único canal de televisión que llegaba a Chiapas.

A mis ocho años recuerdo a un joven con bastón y sombrero de copa cantando Buenos días, señor Sol y No tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para dar. Eran dos piezas musicales sencillas y muy atractivas, que se ganaron de inmediato seguidores en todo el país.


Canté desde esa tarde todas sus canciones. Compré sus discos y disfruté su música: siempre que lo he escuchado por la radio de inmediato subo el volumen y canto a coro con él.

Juan Gabriel se convirtió en uno de los cantantes más populares y queridos en México, Latinoamérica, Estados Unidos y España. La gran mayoría de sus canciones han sido éxitos y el tímido cantante como compositor también le dio gran impulso a muchos colegas suyos y volvió a posicionar a la española Rocío Dúrcal.

Toda su popularidad también le trajo fortuna y sin ser un coleccionista de arte tuvo a bien comprar a finales de los ochentas el retrato de Silvia Pinal que Diego Rivera pintó en 1956, pidiendo apoyo al INBA para autentificar la pieza que él tenía colgada en el muro principal de su casa en Ciudad Juárez y que consideraba uno de sus tesoros.

Poco después, en 1990, Juan Gabriel ofreció una serie de memorables conciertos en el Palacio de Bellas Artes. El trato con las autoridades culturales de aquella época —Víctor Flores Olea era presidente de Conaculta y Víctor Sandoval estaba al frente del Instituto Nacional de Bellas Artes— fue que él donaba todo lo recaudado en taquilla para la Orquesta Sinfónica y el Coro del INBA, mientras que las ganancias del disco compacto que se editaría y el video serían para el cantante y compositor.

Polémico

Por aquellas fechas el gran museógrafo mexicano Fernando Gamboa falleció en un accidente cuando iba de la Ciudad de México a Puebla y se le homenajeó de cuerpo presente en el Palacio de Bellas Artes, al mismo tiempo que Juan Gabriel llevaba a cabo los ensayos generales en el mismo recinto: se le escuchaba cantar Querida. Alguien sugirió que se le pidiera que suspendiera el ensayo. De inmediato la asistente de toda la vida de don Fernando se negó, diciendo: “A él le encantaba Juan Gabriel”.

Todos los conciertos tuvieron lleno total. El coro y cada uno de los músicos que formaban parte de la Sinfónica gozaron de la complicidad que lograron con Juan Gabriel y el público los ovacionó de pie en todos los conciertos.

La polémica llegó a la prensa cultural. Algunos —los menos— criticaron que un cantante popular tuviera el foro más respetado en nuestro país a sus pies. Lo cierto es que todos los que tuvimos la fortuna de ir a uno de aquellos conciertos lo recordaremos por siempre, porque la magia que Juan Gabriel generó fue única en la historia del Palacio de Bellas Artes: cantamos de pie, coreamos con él, bailamos, aplaudimos y gozamos cuando volvió a salir en más de tres ocasiones. Por supuesto, tengo el disco compacto y el video (para mi sorpresa salgo en él). Es un CD que escucho con frecuencia y me sigue entusiasmando como aquella noche que fui con la pierna rota a escucharlo al Palacio de Bellas Artes.

Sin duda, Juan Gabriel seguirá cantando eternamente.