A la memoria de Jorge Alberto Manrique (1936-2016)

Fue referencia de apertura para lo nuevo con base en su profundo conocimiento de la historia del arte en particular de la mexicana.

Masha Zepeda
Columnas
JORGE ALBERTO MANRIQUE
Foto: Secretaría de Cultura

A los 80 años murió el crítico de arte más querido en México, lo cual puedo afirmar porque no es fácil desde la trinchera de su especialidad provocar tal cantidad de amor y reconocimiento, tanto de su gremio como de los artistas a los que se dedicó a seguir y difundir, siempre de la mano de la discreción y un rotundo profesionalismo.

Manrique, como era llamado por todas las generaciones de artistas, o doctor Manrique para los académicos, fue una figura excepcional porque a la par de ser una institución en la historia del arte, un profesor entrañable y un activista eterno que marchaba hombro con hombro con sus alumnos o colegas para exigir que la democracia y los derechos humanos fueran efectivos, era también un excelente amigo que gozaba de la buena mesa, el sentido del humor, la música, las veladas sin horario y valoraba el sentido de la solidaridad.

Durante muchos años fue la cabeza del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), desde donde dirigió a muchas generaciones de especialistas que hoy por hoy son reconocidos estudiosos que han sabido dar a conocer los alcances artísticos de nuestros creadores de todas las áreas: desde la pintura, pasando por el dibujo, la escultura, la cerámica, la gráfica, los medios alternativos y el performance, hasta el arte conceptual y las vanguardias que surgen como producto del paso del tiempo, de la mano con los avances tecnológicos.

Porque si de algo pudo ser referencia Jorge Alberto Manrique fue de apertura para lo nuevo con base en su profundo conocimiento de la historia del arte y, en particular, de la mexicana.

Un momento fundamental en la carrera profesional de Manrique fue cuando aceptó fundar —y posteriormente dirigir— lo que hoy es el Museo Nacional de Arte (Munal), que ahora es una gran institución y uno de los recintos más importantes y significativos de Latinoamérica.

Lucha

El Munal pertenece a la red de museos del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y tiene su sede en uno de los palacios más bellos y generosamente amplios del Centro Histórico, en la célebre calle Tacuba, y aloja en su explanada a la escultura El Caballito, la cual fue víctima de una malograda restauración.

Este hecho que sigue a flor de piel en la comunidad cultural es todo lo contrario a lo que Manrique representó, ya que él siempre reconoció el valor de los restauradores mexicanos y luchó por la excelencia profesional de los trabajadores del arte.

Cuando aceptó dirigir el Munal, lo hizo con una gran visión: se rodeó de un equipo joven pero con experiencia —lo que le valió muchas críticas, que él bien decidió no responder ni meterse en discusiones estériles, porque sabía que al final su aportación sería contundente— y así Mario Rangel Faz, Vicente Rojo Cama y Eloy Tarcisio trabajaron con él creando uno de los momentos más dinámicos y vanguardistas que se recuerdan en la historia reciente del devenir del arte mexicano.

Un trabajo que hoy se traduce en una institución sólida e imprescindible como es el Museo Nacional de Arte, uno de los muchos proyectos para los que Jorge Alberto Manrique dio todo su conocimiento, creatividad y sentido.