El árbol de moras

Si seguimos la línea de pensamiento de Pepinsky veremos que la democracia norteamericana sí pende de un hilo

Juan Pablo Delgado
Columnas
TRUMP
Foto: AP

¿Qué es lo primero que nos viene a la mente al hablar de una dictadura?

Algunos seguro imaginarán escenas tétricas de los campos de concentración del querido líder Kim Jong Un; o quizás una tarde helada en los Gulags del camarada Stalin; o, por qué no, un domingo cualquiera en la Rumania de Nicolae Ceausescu.

Porque hablar de dictaduras es describir un sistema a todas luces horripilante. Un mundo donde el Ejército ronda por las calles matando disidentes, donde pandillas de matones golpean a opositores y destruyen comercios, o donde el único freno al terror del Gran Jefe es el propio límite de su crueldad o su capricho. Pa’ pronto —así dicen algunos—, un sistema dantesco e insoportable.

¿Estamos de acuerdo, verdad?

Pues según el académico Thomas Pepinsky pensar de esta manera sobre las dictaduras o el autoritarismo no solo es un error conceptual, sino un peligro para cualquier democracia.

Pepinsky argumenta que esta visión del autoritarismo es una fantasía ideada por los norteamericanos para avalar (y contrastar) a su propio sistema político con cualquiera que ellos consideren ajeno a sus “valores”.

Porque la realidad es que las dictaduras del presente son completamente distintas a las descritas anteriormente. En casi todas ellas el Ejército está en sus barracas, la prensa funciona con algo de libertad y los civiles despiertan para ir a trabajar, se quejan del gobierno por fallas en los servicios públicos y regresan a cenar con sus familias.

Los regímenes terroríficos descritos antes son más bien de corte totalitario, que han sido la excepción en la historia moderna.

En su argumento, Pepinsky indica que la gran mayoría de las personas pueden tolerar perfectamente la vida en una dictadura (de hecho, aquí en México lo hicimos por casi todo el siglo XX), ya que al vivir en un mundo complejo la población tiene preocupaciones más allá de cómo es gobernada: debe alimentar a su familia, educar a sus hijos, avanzar en su trabajo... todos objetivos realizables en países no democráticos.

Canjes

Todo esto viene al caso porque a menos de que ocurra algún evento cataclísmico, usted estará leyendo esto un par de días después de que Donald Trump haya sido ungido como presidente de Estados Unidos.

Todos tenemos una idea de los peligros que este hombre representa. ¿Pero podemos hablar del fin de la democracia estadunidense y el inicio de una dictadura?

Muchos argumentarán que no existe tal peligro, porque las instituciones del imperio yankee han sobrevivido a eventos más turbulentos.

Aunque esto podría ser verdad, si seguimos la línea de pensamiento de Pepinsky veremos que la democracia norteamericana sí pende de un hilo. Porque nuestro citado académico argumenta que las democracias no terminan con una “explosión” o un evento apocalíptico, sino que van erosionándose cuando las personas comienzan a perder la fe en ellas, cuando saben que cualquier votación rara vez conlleva un cambio real en la política, y cuando están dispuestas a canjear algunos derechos por cualquier proyección de orden.

De aquí la principal razón para tener pánico: porque ninguna dictadura se establece prometiendo aplastar los derechos de sus ciudadanos. Aparecen cuando nos damos por vencidos y dejamos de creer en los valores democráticos.

Las dictaduras aparecen entre los suspiros de una población.