Policía del mundo

Donald Trump ha recurrido al ataque con misiles, aun cuando no queda claro que el gobierno de Al-Assad haya usado armas químicas

Sergio Sarmiento
Columnas
Ataque a Siria
Foto: Save the Children/AP

Estados Unidos sigue asumiendo el papel de policía del mundo: este pasado 6 de abril atacó con más de medio centenar de misiles una base aérea siria, dos días después de un bombardeo o explosión de armas químicas en el pueblo de Jan Sheijun, en la provincia de Idlib, bajo control del autodenominado Estado Islámico, que dejó un saldo de más de 80 muertos, entre ellos más de una veintena de niños. La represalia de Estados Unidos mató a nueve, incluyendo a cuatro niños, de conformidad con la agencia de noticias siria Sana.

Un ataque con armas químicas sería detestable e ilegal, por supuesto, pero no hay certeza de que lo haya habido o de que haya sido ordenado por el gobierno sirio. El presidente Bashar al-Assad ha negado la responsabilidad y no queda muy claro qué beneficios podría obtener de un ataque con armas químicas prohibidas, que ineludiblemente serían identificadas, contra una población civil. Los mandos militares rusos, aliados de Al-Assad, señalan más bien que un ataque aéreo destruyó un almacén rebelde donde aparentemente se escondían armas químicas.

El uso de armas químicas está prohibido, incluso en situaciones de guerra como la de Siria. La prohibición es curiosa porque otros tipos de armas, como los misiles Tomahawk que lanzó Estados Unidos contra la base aérea siria, pueden ser tan mortíferas o más que las armas químicas. Pero es una prohibición concreta e internacional y algún tipo de sanción podría haberse aplicado contra el gobierno de Al-Assad en caso de que se comprobara su uso de armas químicas, sobre todo en perjuicio de población civil.

Fuera de la ley


Para que las sanciones sean legales, sin embargo, tienen que provenir de una decisión de Naciones Unidas: al ordenar un simple ataque de represalia con misiles contra una instalación militar siria, que dejó al parecer también víctimas civiles, el gobierno de Estados Unidos se ha colocado fuera de la ley.

El conflicto en Siria, que deja ya un cuarto de millón de muertos, fue provocado por Estados Unidos y Gran Bretaña: en 2011, en el marco de las rebeliones conocidas como Primavera Árabe, Washington y Londres promovieron movimientos para derrocar el régimen de Al-Assad en Siria y de Muammar Kadafi en Libia. Kadafi sí cayó en Libia, que ha sufrido desde entonces una cruenta guerra civil. Al-Assad se ha mantenido en el poder, en parte gracias al apoyo de Rusia, pero la inestabilidad ha hecho surgir distintos movimientos rebeldes, entre ellos el Estado Islámico, que realiza actos terroristas en muchos lugares del mundo.

Donald Trump ha recurrido al ataque con misiles, aun cuando no queda claro que el gobierno de Al-Assad haya usado armas químicas, en un aparente intento por mostrar fortaleza y energía. Su decisión recuerda la de George W. Bush en 2003 para derrocar a Saddam Hussein por supuestamente tener armas de destrucción masiva que nunca se encontraron, lo que desestabilizó a Irak y facilitó también el surgimiento del Estado Islámico.

No es esta la primera vez que Estados Unidos actúa como policía del mundo. En varias ocasiones sus intervenciones han violado el derecho internacional, como ha ocurrido ahora, y han generado vacíos de poder. Al-Assad ha sido un dictador en Siria, pero provocar una guerra civil en un país que antes era estable no ha ayudado a los sirios. Todo lo contrario: acciones como el ataque a una base aérea siria solo sirven para producir inestabilidad, muerte y destrucción.