Contrademocracia ciudadana

Hoy hay más democracia formal, funcional y procedimental, pero la crisis de operación del sistema político, del gobierno y del Estado está peor

Carlos Ramírez
Columnas
Democracia
Foto: Cuarto Oscuro.

Aunque probablemente no alcance aún a fijarse como categoría de ciencia política, en Francia —la de Le Pen y el rumbo hacia la ultraderecha— comienza a discutirse una salida al problema del deterioro de la calidad política que está llevando a las sociedades a coquetear con el fascismo. Se le llama contrademocracia.

Los ciudadanos han llegado a un hartazgo en su relación con la política; la ven como sinónimo de corrupción, desgobierno, ineficacia. Ante ello, los partidos, los gobiernos y las instituciones tradicionales prefieren mirar hacia otro lado, en lugar de entrarle de lleno al tema de la reforma de la política, del sistema representativo y del poder.

La democracia sin adjetivos fue vista en los ochentas como la salida fácil, automática y suficiente a la crisis del sistema político después del movimiento estudiantil de 1968. La democracia sin adjetivos fue un discurso intelectual que no alcanzó, sin embargo, a consolidarse como una opción al deterioro del modelo del sistema político priista.

La democracia llegó… y ha decepcionado. Hoy hay más democracia formal, funcional y procedimental, pero la crisis de operación del sistema político, del gobierno y del Estado está peor que antes. Ello ha llevado a una apreciación que raya en el absurdo: “Estábamos mejor cuando estábamos peor”. De ahí la permanencia del PRI en el poder, pero también el fracaso de la oposición para proponer no nada más alternancias en posiciones de gobierno, sino para definir verdaderas alternativas al sistema político priista.

El politólogo francés Pierre Rosanvallon ha comenzado a explorar el modelo de “la contrademocracia” (editorial Manantial), pero no como oposición a la democracia sino como una forma de organización ciudadana ante el deterioro de la democracia: el contra no es romper con el modelo, sino poner a organizaciones ciudadanas de cara a la deteriorada democracia institucional. Se trata de una “democracia de control” ciudadano del poder político de las instituciones. Hasta ahora el ciudadano es buscado para obtener el voto, pero los votados se olvidan de satisfacer compromisos con los votantes.

Reorganización

Tres son los espacios que deben conquistar los ciudadanos para colocarse frente a la democracia y exigirle cuentas y buenos resultados: la vigilancia, la denuncia y la calificación.

Como no basta por ineficaz y poco operativa la forma de negarle el voto a un partido como castigo, porque al final votan por otro partido que funciona de la misma manera, entonces los ciudadanos deben organizarse para hacer funcionar la democracia y no dejar que los políticos distorsionen la democracia en nombre de la democracia.

Rosanvallon crea el concepto de pueblo-veto como una sociedad organizada para bloquear decisiones políticas ajenas al interés nacional. El sistema de representación ya no se agota en el modelo de autorización y legitimación —voto como único instante de validación—, sino que propone organizaciones ciudadanas que conviertan a la sociedad en juez, jurado, verdugo para evaluar funcionamientos políticos.

El concepto político de rendición de cuentas como definición de la calidad de la democracia —en los modelos de Leonardo Morlino y Robert Dahl— debe contar, sugiere Rosanvallon, con la capacidad de organización de la sociedad para exigir esa rendición de cuentas, juzgarla y dictar sentencias.

La sociedad debe pasar de la mentada de madre al enjuiciamiento popular de políticos.