La dictadura criminal

Las dictaduras dejaron una profunda huella en la supresión de las garantías individuales

Javier Oliva Posada
Columnas
Oliva 846
Foto: David Burnett

Cuando era estudiante de la Licenciatura en Ciencia Política elegí como tema de tesis las condiciones, efectos y secuelas de los golpes de Estado encabezados por militares latinoamericanos: fue desde mediados de los sesentas hasta bien entrada la década de los noventas del siglo pasado que imperaron este tipo de tiranías, que lo mismo sometían a cualquier tipo de organización política, que liquidaban toda expresión molesta de pensamiento y creatividad social.

Las dictaduras dejaron una profunda huella en cuanto a la supresión de las garantías individuales, ni se diga respecto de la democracia misma.

Controles estrictos a la libertad de tránsito, imposibilidad para ejercer la libertad de manifestación, pero sobre todo cancelación de cualquier expresión escrita o hablada de un punto de vista crítico o diferente a la de los tiranos. Eso era en las dictaduras militares.

Hoy, bajo una dinámica parecida, los medios de comunicación padecen el acoso sistemático de bandas delictivas a nivel local y con frecuencia nacional. Ni qué decir de líderes sociales y de organizaciones de familiares de desaparecidos. También la liquidación de activistas en las redes digitales de comunicación. Tal y como sucedía en las sanguinarias dictaduras latinoamericanas del siglo pasado, ahora también impera una apabullante impunidad, que comienza a afectar el clima de convivencia y sobre todo la confianza en las capacidades del Estado para hacer valer y obligar a todos a cumplir la ley.

Es un axioma que sabemos todos los que nos dedicamos a las Ciencias Sociales y que se aplica en cualquier sociedad que merezca ser calificada como democrática: sin libertad de expresión no hay pluralidad. Y sin pluralidad no hay libertad de pensamiento ni creatividad.

Prácticas

En efecto, para que haya condiciones favorables al desarrollo y la paz resulta indispensable contar con un ambiente que fomente y reconozca en el debate, la argumentación y recíproca aceptación a la diferencia.

En Estados Unidos, Rusia, México y otros países los medios de comunicación y los comunicadores viven en diferentes formas y grados el acoso e infructuosos intentos por acotar la libertad de expresión. Uno de los mayores peligros es la aceptación como algo natural, como si se tratara de una rutina, cuando lo cierto es que las condiciones tecnológicas de la era de las dictaduras militares y de las tiranías de los regímenes socialistas de ninguna manera son comparables a las de hoy, que resulta imposible el control o sometimiento absoluto. Puede amedrentarse a uno o varios profesionales de los medios, pero dicha operación estará destinada al fracaso.

De allí que debamos profundizar en la valoración de lo que sucede en nuestro país en materia de libertad de expresión.

Cuando desde posiciones superficiales, e incluso ignorantes, se critican algunas medidas de control a la circulación terrestre por parte de las autoridades militares a petición de la autoridad civil, por ejemplo, no se voltea a ver que el verdadero acecho y peligro está en otra parte: en las bandas criminales que agobian el día a día de miles de personas en varias partes del país y que, justo, la única institución que tienen para su efectivo auxilio son las Fuerzas Armadas. Con toda claridad: la democracia en México está con una profunda deuda hacia los integrantes e instituciones de las secretarías de la Defensa Nacional y Marina-Armada de México.

Así, hoy observamos con preocupación y sorpresa cómo las peores prácticas en la época de las dictaduras militares (tiempos aquellos donde México fue una ejemplar excepción) las reproducen a escala las bandas criminales.

En proporción a ese grave desafío debe ser la respuesta articulada e incremental del Estado mexicano. La libertad, en sus distintas y fundamentales expresiones, puede verse afectada y con ello nuestra calidad de vida.