La batalla por la verdad

Tras los diversos acontecimientos políticos que dejó a su paso 2016, resulta inevitable preguntarse: ¿qué veríamos reflejado? 

Lucy Bravo
Columnas
Casa de los espejos
Foto: Cuarto Oscuro

Lasantha Wickrematunghe, periodista oriundo de Sri Lanka asesinado en 2009, describía a los medios de comunicación como “un espejo en el que el público puede mirarse”. Tras los diversos acontecimientos políticos que dejó a su paso 2016, resulta inevitable preguntarse: ¿qué veríamos reflejado?

Muchas democracias alrededor del mundo viven actualmente tiempos de incertidumbre y agitación política. La llegada de Donald Trump al poder, el Brexit y la creciente amenaza populista que recorre a Occidente han sido abordados como consecuencias inevitables de la creciente brecha entre la clase política y la sociedad. Los llamados a renovar la política no se hicieron esperar en países completamente polarizados ante los resultados en las urnas que, paradójicamente, atentan contra la democracia misma.


Pero poco se habla de la creciente desconexión entre los medios de comunicación y el público.

La señal de advertencia más clara es la proliferación de noticias falsas que ha orillado a las plataformas sociales a buscar nuevas herramientas para combatirlas, bajo la presión de gobiernos que se erigen en árbitros de la verdad.


Sin duda, la llamada era de la posverdad que se ha impregnado en el corazón de diversas causas políticas plantea un grave peligro no solo para la libertad de expresión sino también para el tejido de las sociedades democráticas, sea en Europa, Estados Unidos o cualquier otra nación en el mundo.

Percepciones

El oficio periodístico en la era Trump se ha vuelto extremadamente difícil ante la vorágine de noticias y contradicciones; en una palabra: caos. Y la sociedad se ve reflejada en ello con cada enfrentamiento violento entre partidarios contrarios o con cada agresión a una persona o grupo minoritario que es viralizado en las redes y magnificado en los medios. Plataformas como Twitter, amada por personajes como Trump, prosperan en la indignación, la simplificación y la provocación; pero algunos medios se han convertido en cámaras de eco de las opiniones encriptadas en 140 caracteres, en lugar de desafiarlas.

Aunque la misma prensa que durante la contienda electoral estadunidense minimizó el incendiario discurso de Trump para ganar ratings y derramó hasta la última gota de tinta para exagerar los escándalos de su contrincante, Hillary Clinton, ahora lucha para reivindicarse, algunos medios de comunicación han perdido su sentido de integridad y disciplina.

Lo visceral se ha vuelto más influyente en la formación de la opinión pública que lo racional, porque muchos medios prosperan en ello.

Es probable que un votante a favor de Trump o del Brexit le otorgue más peso a un estatus de Facebook o a un blog local que a la BBC o al New York Times. Cada vez resulta más redituable para los políticos atacar a los medios tradicionales, mientras los resultados en las urnas contradicen a expertos, analistas y pronósticos, por igual. La prensa ha perdido credibilidad para una gran parte de la sociedad, incluso en las democracias avanzadas.

Para que el mundo occidental pueda hacer frente a los problemas que se avecinan —incluyendo la desconexión con la clase política, el avance de la posverdad y el surgimiento de discursos extremistas, de derecha o de izquierda— los medios deben recuperar su sentido de virtud. La sociedad depende de ello.

En 2016 Oxford eligió a la posverdad como la palabra del año. Estamos ante un mundo en que no hay una objetividad verificable sino una batalla sin fin para definirla. Y no se trata de una batalla entre liberales y conservadores sino entre dos maneras de percibir el mundo, dos reflejos de un mismo “espejo en el que el público puede mirarse”.