Macron, su majestad

Macron eligió funcionar como un independiente y logró transformar su movimiento

Lucy Bravo
Columnas
Macron
Foto: AP

En julio de 2015, a diez meses de revelar sus aspiraciones presidenciales, el entonces ministro de Economía de Francia, Emmanuel Macron, declaró en una entrevista que existía un vacío en el corazón de la política francesa: “Esa ausencia —dijo— es la figura del rey”. Dos años después, el economista de 39 años desfiló sobre la Avenida Campos Elíseos a bordo de un vehículo militar descapotable, y no en un auto civil como sus antecesores, tras tomar protesta como nuevo presidente de Francia.

El banquero que quiso ser rey —título de una biografía del líder francés publicada el año pasado— nos habla de un Macron determinado a llenar ese vacío de la figura monárquica, con la voluntad de ser un presidente “que proteja, que transforme y que construya”.

Y su creciente popularidad internacional tras un debut espectacular desafiando a Donald Trump y a Vladimir Putin, por igual, así como la fuerza arrolladora de su partido recién creado, la República En Marcha (REM), han desafiado todas las expectativas.

Los resultados de las decisivas elecciones legislativas dejaron muy claro que el presidente Macron logró la mayoría en la Asamblea Nacional, con lo que podrá gobernar con amplios poderes y poca oposición. El velo de los viejos partidos y las propuestas populistas se desmoronó una vez más en las urnas, aunque Macron tendrá que demostrar que sus aspiraciones monárquicas se traducirán en verdaderos cambios para el pueblo francés.

La verdadera incógnita es si su perfil ideológico, europeísta y favorable al libre mercado y a la globalización, contrario a la marea populista, será refutado fuera de los pasillos del Elíseo.

Reconfiguraciones

Macron eligió funcionar como un independiente y logró transformar su movimiento, En Marche!, en un desafío para los dos partidos que han dominado la política francesa por los últimos 40 años. Su gabinete lo conforman figuras prominentes de las filas socialistas, centristas y conservadoras, fórmula que le ha permitido desactivar cualquier oposición partidista a su incipiente administración.

La estrategia de Macron ha sido simple: divide y vencerás. Al sumar a candidatos externos a la política y a personajes provenientes de los principales partidos opositores a su movimiento, el joven líder buscar transformar a las vapuleadas instituciones de su país. Y hasta ahora, ha funcionado.

La reconfiguración de las fuerzas políticas ha alcanzado dimensiones colosales. Los republicanos se convierten en el principal partido opositor, pero con muy poco margen de maniobra, mientras que los socialistas —partido del saliente François Hollande— pasaron de una mayoría de 284 diputados a poco más de 20 escaños; y ni hablar del desdibujado partido de ultraderecha Frente Nacional. Con estos resultados Macron podrá aprobar su ambicioso programa de reformas económicas, institucionales y sociales.

Sin duda la primera prueba del joven líder se dará con su esperada reforma laboral, que deberá enfrentarse a los poderosos sindicatos y a otros grupos de presión que hundieron a Hollande. Además, el nuevo gobierno francés tendrá que lidiar con un gran segmento del electorado que no se siente representado por las políticas del presidente.

Y si a esto se suman los desafíos existenciales de Europa y la abdicación al liderazgo mundial de Estados Unidos bajo la administración Trump, los verdaderos desafíos para el presidente que suspira con ser rey, aún están por llegar.