Con o sin Trump, Rusia ha ganado

Estos factores, combinados con el odio personal del presidente ruso, Vladimir Putin, hacia Hillary Clinton, convirtieron a Trump en el hombre del Kremlin

Lucy Bravo
Columnas
Putin
Foto: Gobierno Ruso

Cuando el empresario de Manhattan, Donald Trump, anunció su candidatura presidencial en el verano de 2015, en Moscú se descorcharon las botellas de champán: en ese momento apareció un candidato que abdicaba el papel de liderazgo de Estados Unidos ante el mundo mucho antes de pisar la Oficina Oval, un personaje que atacaba a los aliados estadunidenses tradicionales y cuya cosmovisión se limitaba a cerrar las fronteras y medir su popularidad en ratings.

Aquí estaba un hombre de negocios cuya comprensión de Rusia se reducía al glamour de los tratos con algunos oligarcas rusos y a las pasarelas; un outsider con el temperamento de un adolescente y posiciones políticas que no superaban los 140 caracteres.


Estos factores, combinados con el odio personal del presidente ruso, Vladimir Putin, hacia Hillary Clinton, convirtieron a Trump en el hombre del Kremlin.

Desde entonces la compleja trama de la intervención rusa en las elecciones presidenciales se ha desdoblado ante nosotros como una partitura sin orquesta aparente, pero con Putin como director.


El episodio más reciente: un correo electrónico de Donald Trump Jr. que confirma la colusión —voluntaria o involuntaria— del equipo de Trump con Rusia para ganar las elecciones.

El cliché posWatergate es que el encubrimiento es peor que el delito. En este caso, el cliché no será necesariamente cierto, dada la gravedad del presunto delito. A medida que el escándalo se despliega y las maniobras políticas se intensifican, cada intento de negación o desviación envía una clara señal a los adversarios de EU: sin importar el precio, el establishment político no vacilará en desechar la seguridad nacional y los principios democráticos en aras de proteger la agenda partidista.

Precios

El escándalo alrededor de la intromisión rusa no solo ofrece una imagen vívida de la crisis interna que sacude a la democracia de EU, sino que además obstaculiza por completo su liderazgo en el extranjero. La administración Trump ha iniciado una disputa gratuita con los aliados más cercanos de su país, ha socavado la relación con la Unión Europea y cuestionado el compromiso estadunidense con la OTAN y otros organismos internacionales. También ha mantenido un silencio notorio en asuntos de derechos humanos alrededor del mundo y le ha declarado la guerra a las agencias de inteligencia y medios de comunicación.

Mientras que todo apunta a que Trump tiene los días contados en la Casa Blanca, tanto los republicanos como los demócratas han sido sorprendentemente renuentes a iniciar procedimientos de juicio político y no por mera paralización bipartidista, sino porque sería admitir que Putin logró desestabilizar sus instituciones más arraigadas y que lo hizo a la vista del mundo entero. La pregunta ahora es si el país está dispuesto a pagar un precio aún mayor con una destitución, desatando más inestabilidad e incertidumbre.

Independientemente del desenlace de la administración Trump, la presencia de Rusia en el centro de la política estadunidense es una victoria en sí misma para el Kremlin. Cada una de las decisiones que tome el gobierno norteamericano será cuestionada bajo la lupa de la relación con Rusia. Las acusaciones mismas de intromisión refuerzan el sentido del poder de Putin y confirman su retorno a la arena internacional como un factor real en la política mundial. Y eso, tal vez, fue lo que el Kremlin celebraba desde el principio.