Eclipsar el terror

En julio pasado se produjeron más de 154 ataques terroristas

Lucy Bravo
Columnas
Violencia
Foto: AP

El pasado lunes 21 de agosto miles de personas salieron a las calles en distintas ciudades de nuestro continente y alzaron la vista al Sol. Durante varios minutos la Luna se deslizó sobre el astro rey como una tapa de alcantarilla, ocultando la última ráfaga de luz antes de que desapareciera y en su lugar emergiera una aureola blanca. Por unos instantes parecía que la Tierra se detuvo.

Pero una vez que terminó el eclipse y la espectacular vista se disipó las problemáticas que sacuden a la sociedad regresaron a nuestras mentes. Rompiendo con la ilusión de una humanidad sacudida por una alineación cósmica de esta magnitud, las secuelas de una semana marcada por Charlottesville y Barcelona volvieron a ocupar los titulares.

Mientras en Estados Unidos luchan por recuperarse de la violencia desatada en Virginia, en España buscan entender las motivaciones de una docena de jóvenes que planearon ataques terroristas en Barcelona y Cambrils que dejaron 14 muertos y más de 100 heridos.

Sin embargo, la respuesta yace frente a nosotros desde hace tiempo y tiene que ver con la globalización de la ira.

En ambos lados del Atlántico se han lanzado toda clase de teorías y paralelismos sobre la radicalización de los jóvenes que cometieron estos actos de violencia por motivaciones políticas. Y aunque el extremismo violento de derecha y el yihadismo son fenómenos distintos, su común denominador es el odio. Ese odio irracional que demuestra que no se trata de una guerra entre el Islam y el cristianismo, entre religiones y culturas sino más bien de un conflicto que no distingue contextos políticos, económicos y sociales.

Según el Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo en el mes de julio pasado se produjeron más de 154 ataques terroristas alrededor del mundo, que provocaron más de 740 muertos. La mayoría se perpetraron en países musulmanes, pero el mundo parece solo llorar por Barcelona.

Tendencias

Pero más allá de las críticas al supuesto etnocentrismo que se atribuye a las reacciones ante los ataques perpetrados en Occidente en contraste con otras partes del mundo, la verdadera fractura social viene de mucho antes.

Las tendencias subyacentes que le dieron el triunfo a Donald Trump están recorriendo al mundo, no solo a Estados Unidos. Aunque el republicano acapara los reflectores, debemos centrarnos menos en las personalidades y más en las fuerzas fundamentales que trabajan para colocar a estos personajes al centro del escenario. Y aunque las ansiedades de un agricultor en Wisconsin sean muy distintas a las de un joven marroquí de 18 años seducido por el grupo autodenominado Estado Islámico, su resentimiento en común es el de sentirse invisibles.

Ningún país escapa de que algunos de sus habitantes no sean visibles para otros. De ahí se desprende el poder de la ira.

Muchos la califican como una especie de violencia antisistema, un impulso por destruir lo establecido e instaurar un nuevo orden, pero en realidad es una emoción que proviene de algo mucho más profundo. Muchas veces se trata de conductas destructivas que se gestan a lo largo del tiempo hasta que llega alguien a explotarlas de manera estridente y convulsiva. En ocasiones se manifiestan en las urnas, en otras, en ataques en las calles. Y al igual que no se puede tapar el Sol con un dedo, eclipsar el terror como si se tratara de un fenómeno aislado solo nos conducirá al colapso.