Entre el recuerdo y la comparación

1985 dejó lecciones aprendidas y otras no tanto

Juan Gabriel Valencia
Columnas
!985-2017
Ilustración: L. Barradas

Si precisas una mano, recuerda que yo tengo dos. San Agustín

La causalidad cronológica maligna de los sismos de un 19 de septiembre obliga tanto al contraste como a la reflexión sobre lo que se ha logrado y lo que falta.


Para quienes vivimos de cerca los sismos del 19 de septiembre de 1985 y el de la misma fecha este año son inevitables el recuerdo y la comparación. De lo acontecido hace 32 años lo primero que viene a la memoria es la solidaridad sin freno, solo equiparable a la improvisación.

El recuento de la labor institucional no podría haber sido peor: personas e instituciones paralizadas y abrumadas ante la catástrofe; fuerzas públicas impreparadas y autoritarias para atender a la población afectada y organizar a los miles de voluntarios desesperados por prestar algún tipo de ayuda.

Es cierto que la catástrofe de 1985 en sismicidad y daños físicos alcanzó proporciones nunca vistas ni remotamente igualadas por lo ocurrido este pasado 19 de septiembre. Sin embargo, 1985 dejó lecciones aprendidas y otras no tanto: instituciones más alertas, actitudes políticas diametralmente opuestas de entonces al presente, reglamentos de construcción más rigurosos y una creciente conciencia cultural de la protección civil y de los desastres naturales.

En aquel entonces —y ya se nos olvidó o la historia oficial prefiere ignorarlo— la idea predominante en la clase política gobernante de ese México es que la capital acumulaba una serie de beneficios inmerecidos derivados del centralismo en detrimento del resto del país.

El mejor testimonio de esa actitud fue la mezquindad con la que los responsables de la elaboración del presupuesto público programaron la atención y la reconstrucción del entonces Distrito Federal y la frivolidad pasmada del entonces jefe del Departamento del Distrito Federal, Ramón Aguirre, un personaje que nada más pensaba en cuándo irse de candidato a gobernar Guanajuato. Instituciones, actitudes y prácticas han cambiado.

Este 19 de septiembre el presidente de la República estuvo públicamente al pendiente desde el primer minuto de lo ocurrido y el despliegue de las fuerzas públicas encaminado al apoyo y rescate fue oportuno y eficaz.

Nuevamente la solidaridad se desbordó, pero, como en 1985, esa voluntad colectiva no ha sido suficientemente aprovechada porque no existen ni los canales ni los protocolos para encauzar esa fuerza social.

Derecho

Muchas construcciones que colapsaron fueron anteriores al sismo de 1985 y su derrumbe exige explicación. Peor aún, construcciones más recientes, presuntuosas en su edificación, sufrieron graves daños y ocasionaron varias muertes.

Absolutamente inadmisible. Hubo fallas serias en la intermitencia de múltiples servicios de telecomunicaciones que los proveedores privados deberían justificar y al menos ofrecer una disculpa.

Hay que decir, también, que a diferencia de 1985 la infraestructura estratégica de la Ciudad de México quedó ahora básicamente intacta en todos sus servicios y vialidades neurálgicas.

Los gobiernos de la Ciudad de México, desde que llegaron al poder en 1997, apoyados en gran medida por organizaciones surgidas del sismo de 1985 y del enojo guardado por la población defeña hacia el gobierno del PRI, insisten en que les falta presupuesto.

Es cierto. Falta infraestructura que cuesta miles de millones para aminorar una tragedia como la de hace unos días, pero no para nutrir el apoyo de clientelas electorales a base de gasto corriente que distrae recursos de lo fundamental.

La ahora llamada, o mal llamada, Ciudad de México requiere de una estrategia de largo plazo que trascienda sexenios y partidos. Eventos como el del 19 de septiembre se repetirán y cada vez sus efectos habrán de ser menores si se entiende a la capital de la República como una ciudad que se ha ganado su derecho, con su talento, su conocimiento y el ánimo de su gente, a ser una capital de primer mundo.

Todavía no lo es