Más Democracia Pero Menos Democracia

La realidad es que los mexicanos no saben qué es la democracia.

Carlos Ramírez
Columnas
Ilustracio?n
L. Barradas

Si se atiende con profundidad la última encuesta de Latinobarómetro sobre la democracia en México y en América Latina la primera percepción exhibe la realidad de que los mexicanos no saben qué es la democracia, cuál democracia quieren ni cómo lidiar con la democracia.

Díaz en 1908 dijo que México estaba preparado para la democracia y Madero también en 1908 pidió democracia ante el absolutismo dictatorial de Díaz. La reforma constitucional de Miguel Alemán del 30 de diciembre de 1946 caracterizó la democracia no solo como estructura jurídica y régimen de gobierno sino que era sobre todo el bienestar. En 1968 los estudiantes salieron a las calles a exigir democracia como antítesis de granaderos y en 2000 el sistema político priista aceptó la alternancia como el summum de la democracia.

Hoy México es mucho más democrático que hace 50 años (el 68 como símbolo), pero los mexicanos se sienten también más desencantados con la democracia.

La paradoja oculta en realidad un hecho que comienza a preocupar a los analistas: con más democracia México está demostrando que no está preparado para la democracia. Porque democracia no son nada más las reglas de la competencia ni las instituciones ajenas a parcialidades ni la resistencia de los políticos ante la crítica como esencia de la democracia.

A pesar de tener mucha responsabilidad en el fracaso de la democracia, en realidad los ciudadanos tienen menores culpas en el fracaso de la democracia. La democracia mexicana ha tenido cuando menos tres estaciones fundamentales: la reforma política de 1978, que terminó con la uniformidad priista en el Congreso y llevó al Partido Comunista Mexicano a la cámara; la reforma electoral de 1996, que le dio independencia absoluta al Instituto Federal Electoral, y la alternancia partidista en 2000 sin violencias.

Funcionalidad

¿Qué desvió a la democracia de su camino? Primero, los ciudadanos no subieron la calidad de su democracia; segundo, los partidos políticos se amafiaron para tergiversar el funcionamiento de las principales instituciones democráticas, y tercero, el pueblo se decepcionó porque la democracia no aumentó el bienestar social.

La democracia, afirmó Octavio Paz, no es una solución mágica de los problemas sino un método. La democracia exige participación social, vigilancia sobre las instituciones y en realidad la democracia no culmina con el acto de libertad del voto y el respeto institucional a la voluntad popular sino que arranca después de la votación para vigilar el funcionamiento de las instituciones.

Los ciudadanos eligen cada día con mayor libertad a los legisladores y funcionarios pero estos llegan a sus cargos a cumplir con compromisos con los poderes fácticos que los llevaron al poder y no con los electores.

Lamentablemente para los ciudadanos no hay mecanismos automáticos para vigilar el funcionamiento de la democracia. La estructura de poder que involucra al PRI y a las oposiciones carece de funcionalidad ética, y menos la tiene cuando los poderes de equilibrio y de vigilancia cometen las mismas irregularidades antidemocráticas.

La ciudadanía debe formar sus organismos vigilantes de la democracia para exhibir —denunciar, más bien— a los funcionarios que se olvidan de la democracia. Si no de nada servirán sus quejas contra la democracia.