Libertad Bajo Palabra con Juan Arnau

“No entiendo a la libertad como un concepto abstracto sino como un hábito”.

Hector González
Todo menos politica
Juan Arnau
Héctor González

Al filósofo español Juan Arnau el pensamiento occidental le queda corto: en busca de alternativas que nos ayuden a abandonar el mecanicismo de nuestra época encontró algunas respuestas en la tradición oriental del pensamiento y en particular en el budismo, convirtiéndose en uno de los mayores especialistas del tema en Iberoamérica.

—Su libro La invención de la libertad es una concisa defensa de la libertad a partir de la filosofía…


—Sí, aquel título lo publiqué hace algunos años en tono irónico. Me parece que la intencionalidad aún se mantiene. Rescato a tres pensadores fundamentales de la libertad dentro del siglo XX y en una época dominada por el determinismo biológico. Desde la perspectiva actual de las neurociencias somos zombis guiados por la electroquímica de nuestro cerebro: esa es la visión neurológica dominante. Por eso considero necesario recuperar a William James, Henri Bergson y Alfred North Whitehead, quienes fueron contra ese modelo.

—¿Sartre no fue otro de los grandes filósofos de la libertad?


—Sartre fue un gran escritor y alguien más centrado en la libertad política: creo que cualquiera de los otros tres reflexiona mejor acerca del tema.

—Su idea de libertad va ligada a la conciencia.

—Totalmente. La conciencia tiene varias facetas: la moral, la política y la de saberse ser, es decir, existir. Nadie sabe lo que es la conciencia pero en cambio sí sabemos lo que no es. Estoy convencido de que no es aquello que nos dice la neurobiología dominante. En India se concebía como el trasfondo mismo del Universo. La tensión entre la evolución y la conciencia es creativa. Ambos viven en armonía y son complementarios en el mundo material; es como un ying y un yang. Por eso el mundo es el despliegue de la conciencia y a su vez de la libertad.

—¿En qué sentido?

—En algunos sentidos la libertad es una especie de fantasma o ídolo. Día a día vamos lidiando con cosas que nos atan y con cosas que nos liberan. Pero quizá lo más importante es entender que la libertad hay que tomarla: nadie quiere darla. En este sentido, es una iniciativa. A mi entender no es algo que te dé un partido político y menos aún el derecho a votar o un derecho social. Es un movimiento que va de adentro hacia afuera y donde uno, por medio de sus hábitos, descubre las cosas que lo atan. A lo largo del día hacemos muchas cosas que pensamos que nos liberan pero en realidad son todo lo contrario; pienso en el voluntarismo o el trabajo y su culto. En cambio dar un paseo o tener una actitud contemplativa a lo largo del día nos puede hacer sentir libres. No entiendo a la libertad como un concepto abstracto sino como un hábito.

—¿Vivimos en una época de poca conciencia sobre la libertad?

—No necesariamente. Hay mucho interés en estos temas. Han querido reducir la filosofía a los sistemas educativos pero esto es falso. A mis cursos vienen médicos, jubilados; hay mucha gente cansada de la sociedad de entretenimiento y que intenta buscar nuevas alternativas.

Conciencia

—En su libro La fuga de Dios plantea incluso una relación entre la libertad y la imaginación.

—Vivimos en un mundo dominado por los algoritmos, la abstracción y las matemáticas. Este lenguaje ciego y sin imágenes se pone al servicio del ámbito financiero, que no es necesariamente el económico. El primero tiene como punta de lanza el trading de alta frecuencia, que consiste en realizar operaciones bursátiles para manipular el precio de los productos; en cambio la economía real es la que se encarga de crear empleo y riqueza. Por si fuera poco vivimos en una sociedad de entretenimiento. Las series, por ejemplo, te bombardean con historias de consumo rápido y que reducen nuestra capacidad de imaginación a lo mínimo. Aquello que Jung llamó “la imaginación activa” está en un estado convaleciente.

—Esta idea de eliminar la conciencia y priorizar lo medible o cuantificable es propia de nuestro tiempo.

—Exacto. Si quiero ser objetivo es mejor no tener subjetividad alguna. Para construir un puente lo primero son los criterios matemáticos pero no se puede excluir a la conciencia. Hay una frase que me gusta mucho: “La escala de observación crea el fenómeno”. El ejercicio de la libertad es consecuencia de todo esto.

—¿Las humanidades están en crisis?

—Sí, pero hay que defenderlas. Vivimos en un mundo dominado por la técnica y la tecnocracia: lo vemos con los aparatitos de hoy. Nos dicen dónde estamos y qué nos gusta comprar. Hoy todo debe ser calculable y medible.

—Usted promueve un reforzamiento de la cultura mental.

—Hoy tenemos mucha información de todo, por eso sobrevaloramos la información. Cuando manejas caudales de datos se convierten en un estorbo incomprensible. Prefiero hablar de una cultura mental con raigambre budista donde se busca una filosofía de la percepción. Un aprendizaje sobre cómo mirar las cosas y potenciar nuestras capacidades contemplativas. Los budistas creen que los males del mundo son males mentales. En Occidente hablamos de pobreza, economía, mercados, pero todo ello es resultado de las pasiones humanas. Y los mercados están condicionados por hombres poseídos por la codicia, que es una pasión humana elemental.

—¿Entonces la información no es poder?

—Siempre se ha pensado eso, pero para la cultura mental no lo es. La información te da poder para dominar, pero nada más. Salirnos de esta idea es complicado y la alternativa debe salir de la ciudadanía, no de las élites; porque precisamente lo que ellas buscan es el poder. Como decía Hobbes: el Estado es un ente caníbal.

—¿A qué tipo de individualismo apela entonces?

—Tendría que haber una transformación de las conciencias pero depositando la confianza en la cultura mental y no en instituciones externas; tendría que haber un incremento de la libertad interior de cada ser humano. Claro que esto se consigue por medio de educación y modificando los hábitos del ser humano.

Juan María Arnau Navarro nació en Valencia en 1968. Estudió Astrofísica en la Universidad Complutense, así como Filosofía y Cultura India en la Universidad de Benarés. Su tesis doctoral la realizó en El Colegio de México. Ha sido profesor de Lenguas y Culturas de Asia en la Universidad de Michigan; investigador en el Instituto de Historia de la Medicina y la Ciencia López Piñero, de la Universidad de Valencia; profesor asociado en la Universidad de Barcelona. Actualmente es académico de la Universidad de Valencia y de la Universidad de Granada. Fue finalista del Premio Anagrama de Ensayo con su libro Rendir el sentido (2008) y obtuvo el Premio de la Crítica Literaria por Manual de la filosofía portátil (2014). Ha publicado además los ensayos Budismo esencial, La palabra frente al vacío, La invención de la libertad y La fuga de Dios. Las ciencias y otras narraciones, entre otros.