SOPA DE MAGNA O PREMIUM

Si el IEPS baja drásticamente se afecta la recaudación, colocando en peligro las metas presupuestales.

Alberto Barranco
Columnas
Tráfico
Cuartoscuro

Colocada en el centro de la sorna, cartones, memes, chistes al calce la frase “Los pobres no comen gasolina” pronunciada en el Senado por el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, la reacción se inscribe en el marco del enojo social por la pérdida del poder adquisitivo.

De hecho, colocada en el contexto, la aseveración se dio como una forma de revire del funcionario ante señalamientos de que el actual gobierno nos había hecho más pobres, con punta de lanza en el gasolinazo.

Ya que el dardo lo lanzaba el senador panista Víctor Fuentes, Guajardo quería mostrar que también en San Juan hacía aire. Durante el último sexenio panista, señaló, los precios de los básicos de básicos —el huevo y la tortilla— habían crecido a mayor velocidad que en el actual.

La frase decía en su contexto: “Los pobres no comen gasolina: comen tortillas, pollo, leche y huevo”. El problema es que al funcionario se le olvidó que uno es consecuencia de otro.

Problemas

Si sube el costo de la gasolina crecen prácticamente todos los costos de los productos.

De hecho durante la campaña electoral la Secretaría de Hacienda hubo de bajar la tasa del Impuesto Especial de Producción y Servicios (IEPS) aplicable a las gasolinas para contener más aumentos que se revirtieran contra el partido en el poder.

El problema es que se creó un coctel explosivo al sumarse la contención al incremento sostenido en el precio internacional del petróleo cuyo estallido, dependiendo de los pactos políticos, lo asumiría el actual gobierno… o le dejaría prendida la mecha al siguiente.

Los analistas consideran que el litro de Magna, la principal acaparadora del mercado, podría llegar a 25 pesos.

El malestar lo provocó un desfase entre los tiempos al no empatar la promesa del presidente Enrique Peña Nieto de bajar el costo al público de los combustibles con el armado de la infraestructura.

Liberado a medias en enero pasado el costo de las gasolinas la puerta de ingreso a la competencia era a su vez la posibilidad de que particulares pudieran importarlas; el problema es que aun cuando existen decenas de empresas con licencia no existen las vías para almacenar y transportar los combustibles.

Las subastas de activos de Pemex han fracasado en su mayoría.

Y aunque los letreros en las gasolineras, abierta también la puerta para la distribución, exhiben precios diferenciados según la marca del expendio: estos oscilan de uno a tres centavos.

La razón es simple: salvo casos extraordinarios, Pemex sigue siendo el distribuidor, así la gasolina la vendan Shell o British Petroleum.

Bajo ese marco se fijó una suerte de amortiguador para evitar saltos severos utilizando como regulador la tasa del IEPS. Naturalmente el problema es que si este baja drásticamente se afecta la recaudación, colocando en peligro las metas presupuestales.

Se diría que, aunque sonara como perogrullada, el secretario de Economía no se equivocó: nadie se toma una sopa de Magna en lugar de la de fideos.

Lo malo es que metió el dedo en la llaga.