AMLO: SUEÑO O PESADILLA

La primera semana será determinante por razones del tiempo presupuestal.

Carlos Ramírez
Columnas
Ilustración
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Como ocurre cada seis años la toma de posesión de los nuevos gobiernos inicia una etapa con borrón y cuenta nueva. El presidente López Obrador ya no tendrá los contrapuntos de sus adversarios, de la mafia del poder o de los fifís. Ya tendrá en sus manos la jefatura del Ejecutivo federal y por lo tanto será analizado por sus resultados.

No habrá justificaciones ni coartadas. Su primer acto de gobierno definirá las expectativas del primer año: el Presupuesto de Egresos de la Federación en sus tres rubros fundamentales: PIB, déficit presupuestal y tipo de cambio, los tres agitados en los últimos meses por decisiones adelantadas sin tener los hilos del control de la estabilidad macroeconómica.

El principal problema de la primera mitad del sexenio de López Obrador —de la toma de posesión a las elecciones legislativas federales de julio de 2021— será de expectativas, una de las variables más delicadas. Como todo gobierno que surge de la oposición este nuevo tardará en localizar los verdaderos hilos de la estabilidad. Y muy rápido se dará cuenta de que esos hilos simplemente no existen y lo que mueve las variables son expectativas racionales e irracionales.

A lo largo de su campaña, y como parte de su discurso cohesionador, López Obrador hizo promesas y compromisos en función del calor de la búsqueda de votos. Sin embargo se encontrará con la peor parte de todo gobierno: estructuras productivas, funcionales, complejas, contradictorias y sobre todo limitadas por el ancla de la relación directa déficit presupuestal-inflación-devaluación. Y romper esta relación perversa implicará desajustar otras variables.

Dilema

Toda la crisis mexicana se reduce a la relación entre demandas que necesitan gasto público y restricciones en la disponibilidad de recursos. El presupuesto mexicano tendría un parecido con la historia de La piel de zapa, una de las novelas costumbristas de Balzac: la piel es mágica, concede deseos, pero se va achicando. O a una cobija limitada con necesidad de cubrir a más personas: no alcanza, y lo que tapa una parte destapa otra.

En la campaña y en el interregno de la presidencia electa López Obrador anunció —no prometió, ni deseó— inversiones multimillonarias no previstas en las cuentas de los Pre-Criterios Generales Económicos de Política Económica para 2019. Y si bien es cierto que todo presupuesto tiene escondrijos con dinero el problema no será tener dinero sino que su gasto generaría presiones inflacionarias.

Por tanto el dilema será determinante: cumplir compromisos que implican gastos no previstos, con restricciones de ingresos y presiones inflacionarias o ajustarse a esas restricciones y convertir 2019 en un año de sacrificios adicionales con posposición de cumplimiento de promesas. Son los dilemas de todo estadista u hombre de gobierno: ajustar sus expectativas a las racionalidades.

La primera semana será determinante por razones del tiempo presupuestal. Será el ingreso de los gobernantes al mundo de la realidad compleja luego de transitar —como López Obrador— durante 30 años en una oposición de expectativas.

El nuevo gobierno ingresará a la realidad y sus primeras acciones dirán si se trata de una complejidad administrable o una pesadilla de sueños incumplibles.